miércoles, 17 de abril de 2024

... una dama de poncho rojo...



Hoy, 17 de abril, cumpliría años María Isabel Anita Carmen de Jesús Vargas Lizano (1919-2012), conocida como Chavela Vargas, cantante costarricensemexicana que con 88 años, en 2007, fue distinguida con el Premio Grammy a la Excelencia Musical. Se caracterizó por vestirse con prendas para hombre, usar siempre un poncho rojo en sus actuaciones, fumar cigarros, beber mucho alcohol y portar pistolas. Ya con 81 años de edad, expresó abiertamente por primera vez que era lesbiana y hoy es reivindicada por la diversidad sexual y por el movimiento feminista, pero hablar de Chavela Vargas es hacer referencia a una de las voces más influyentes de la canción de Latinoamérica. Nació en Costa Rica pero se nacionalizó mexicana. Apenas levantaba cuatro palmos del suelo cuando experimentó tres males: la soledad (nunca se sintió amada); la enfermedad (además de nacer medio ciega, la polio obligó a que tuviesen que ponerle hierros ortopédicos en las piernas); y una familia rota (con un padre violento que gastaba el dinero de la familia en mujeres y en negocios fracasados, y una madre que los abandonó al enamorarse de otro hombre). Si bien su estilo siempre se inclinó por el bolero y la ranchera (típico género mexicano, país que adoptó y en el que terminó sus días), “la Chamana” (apodo que portaba al igual que “La Vargas”) internacionalizó su voz y su mensaje. Pero de la “ranchera festiva” eliminó todo vestigio de alegría, prescindió de la figura del mariachi y empezó a cantar “desde sus entrañas”. Así nacen joyas musicales como “La llorona”, “Luz de luna” y “Paloma negra”, entre tantas otras. De actitud desafiante y rebelde, vivió con Frida Khalo y Diego Rivera, fue amiga de Juan Rulfo y devota amante del tequila. Antes de ser cantante tuvo mil oficios en México: cocinera, camarera, cuidó niños, condujo automóviles de familias adineradas, entre tantas otras actividades que la ayudaron a subsistir. Ella misma contó, en varias entrevistas, que “vivía en una azotea de un edificio, bañándome en el baño de las criadas, vendía cositas y cantaba. Una señora me prestó un coche y pusimos una agencia de criadas, y yo, en el cochecito, llevaba a las muchachas a las casas y ganaba dos pesos por cada una”. Más tarde, llegaría el inesperado éxito con “Macorina”, una canción de rebeldía del siglo XVII que ella interpretó con sus propios arreglos. Grabó más de cuarenta discos pero tuvo impases en su prolífica carrera. El descenso a los infiernos de Chavela empezaría en 1973, tras la muerte de su gran amigo José Alfredo Jiménez, que le dejó un vacío enorme. Parece ser que descorchó varias botellas de tequila en el funeral del compositor y cantante mexicano. Su enorme afición a la bebida llevó poco a poco a un hundimiento que duraría alrededor de dos décadas. Muchos pensaban que la artista había muerto de veras (durante una visita a México, la cantante argentina Mercedes Sosa quiso dejar flores en su tumba). Pero Chavela no estaba muerta, solo estaba al borde del abismo. Y, de un día para otro, dejó el alcohol y el tabaco, y volvió a coger el micrófono. Su audiencia la redescubrió en 1991, cantando cada viernes en un antro al que acudía casi a modo de sesión de psicoterapia. En su regreso dijo: “Salí de los infiernos, pero lo hice cantando”. Volvió a cantar, vino a España y Pedro Almodóvar le ofreció participar en su producción “La flor de mi secreto”. A partir de ese momento, los títulos y reconocimientos mundiales dan alegría y fe a su trayectoria musical. Fue intérprete de cabecera para Joaquín Sabina, quien le dedicó “Por el boulevard de los sueños rotos”. Tiene una calle con su nombre en Burgos y miles de reconocimientos, de los que el más trascendente fue el que le otorgó el Consejo de Ministros, la Gran Cruz de Isabel la Católica en el año 2000. Se despidió definitivamente de los escenarios en 2006 porque, según ella solía decir, “no quiero que me vayan a ver solamente por ser una viejita simpática”. Falleció en Cuernavaca, Morelos, México, el 5 de agosto de 2012, a los 93 años. El día 7 se reunieron un sinfín de personas en la Plaza Garibaldi y en el Bellas Artes, donde un grupo de mariachis la despidió cantando Que te vaya bonito. El féretro iba cubierto con un jorongo (prenda de vestir similar a un poncho, que consiste en una frazada de lana o algodón) colorido como para que no tuviera frío, y la arroparon aplausos y gritos, gritos revolucionarios parecidos a los de las mujeres saharauis. Ese fue el adiós a una mujer muy querida, a una mujer del pueblo que representaba tantas cosas.

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