viernes, 19 de abril de 2024

Ética y cambio climático.

 


Una de
las sorpresas más agradables en este año, antes del Día del Libro de Sant Jordi, ha sido descubrir a una autora como Yayo Herrero (pues sí, una mujer), de la que he leído de un tirón su libro "Ausencias y extravíos", del que hay también edición en catalán, Absències i pèrdues, traducido por el periodista y activista David Fernández, en el que juega con las palabras con la habilidad de un mago del léxico y de la reflexión. Hay una lógica amable y un racionalismo poético en las imágenes y propuestas filosóficas de esta ecologista/feminista militante que defiende sus ideas apuntando un objetivo que compartimos muchos: la necesidad de convertir la ética en una característica política y social de obligado cumplimiento. Yayo Herrero es una rara avis, cuesta abordarla en tanto cuesta etiquetarla y ella no se deja etiquetar y defiende que lo importante es lo que hay de esencial en las etiquetas. Para definirla diríamos sin errar que Yayo Herrero es antropóloga, ingeniera, pensadora y activista del ecosocialismo y ecofeminismo. Pero en el fondo de esas etiquetas encontramos la defensa a ultranza de la tierra y el proceso de emancipación de las mujeres como agentes clave para defender la vida y el planeta. Es tentador sumergirse en una lectura reflexiva de la mano de esta divulgadora que conecta las ideas de manera luminosa y sencilla e incluso tendríamos que ir más allá y afirmar que, más que tentador, es jodidamente necesario con la que nos está cayendo: pandemias, colapso, violencia, crisis de civilización, guerras... Ausencias y extravíos es una colección de seis textos que, bajo un título que pareciera poesía misma (el pensamiento no tendría que estar reñido con lo lírico), repite la constante de una ausencia y un extravío para abordar diferentes temas pero con ejes en común: el declive de la energía y los recursos, la presencia de la desigualdad o el miedo, la tiranía de la violencia y la opresión, cuestiones sobre las que consigue provocar una sacudida y dejar en el aire preguntas a las que no necesariamente propone o podemos dar una sola respuesta. Sería sencillo caer en el nihilismo más absoluto ante la evidencia del agotamiento de los recursos, pues al final todo se reduce a nada, y por lo tanto nada tiene sentido, pero Herrero logra dotar al libro de un espíritu constructivo más esperanzador que oscuro con un afán edificante y plantea la esperanza activa, que consiste en «generar poder», en ponerse en marcha hacia lo que querríamos que sucediese. Yayo Herrero plantea las salidas a esos laberintos asfixiantes en los que nos coloca el sistema de manera intencionada para inmovilizarnos: el miedo paraliza, y usa múltiples conexiones para tejer la ausencia que llevará implícita, a su vez, su propio extravío, propone una poética crítica y constructiva a la que asirse, en la que encontrar recetas, y estas señalan siempre a lo colectivo, la cooperación, la responsabilidad, la memoria y el vínculo («Que un árbol nunca va por libre»). Y lo hace resignificando todos estos contenedores semánticos, las palabras gastadas, para dotarlos de un nuevo contenido capaz de responder a los actuales tiempos: «La culpa es triste y paralizante y genera ansiedad. La responsabilidad es fuerza, potencia y capacidad de hacer… Ser responsable es la condición previa para tener poder, en el sentido de ser capaz junto con otros». Hacedora de un diccionario nuevo.


Ese hilo de esperanza lo teje muy hábil y literariamente también Yayo Herrero porque, tal y como escribe
el filósofo Santiago Alba Rico en el prólogo al libro, la autora «siempre encomienda una tarea, pero señala también una salida; nunca paraliza»; el libro está organizado alrededor de seis textos en los que la autora expresa y advierte, con rigor ingenieril y placer literario, sobre las contradicciones y los peligros que atraviesan una sociedad que habita un planeta finito inmerso en una profunda crisis civilizatoria. Así, el texto sorprende apareciendo repleto de notables y famosas referencias literarias, uso de términos y de imágenes evocadoras, que hacen aún más amena la lectura y la comprensión del mensaje. Su mapa de advertencias y reflexiones empieza con el “síndrome del astronauta” a través del cual nos describe con acierto una sociedad, la nuestra, que «padece una especie de síndrome del astronauta. Ha crecido y se ha expandido en ausencia de gravedad […] El resultado es una cultura material rodeada de residuos, ahogada en sus propios vómitos, asediada por sus propias mierdas […] Por eso a algunos no les duele pensar en abandonar la Tierra después de agotarla […] Tanto buscar vida alienígena y la tenemos delante de nosotras pero ahora, en esta fase de aterrizaje forzoso al que nos aboca la crisis ecosocial, se ve obligada a reducir abruptamente el tamaño que adquirió en condiciones artificiales». Tomar tierra, concluye el primer texto, representaría pues una “insurrección cultural”. Es una poética, crítica y constructiva, a la que asirse, en la que encontrar recetas, que señalan siempre lo colectivo, la cooperación, la responsabilidad, la memoria y el vínculo. Es especialmente irreemplazable la contribución de Yayo Herrero a la divulgación de lo que debería suponer el impacto del ecologismo en nuestras vidas. Es irremediable pensar en aquellas naves autopropulsadas de los libros o películas de ciencia ficción que leíamos o veíamos de adolescentes; esas naves que escapaban en el último minuto de un planeta que se autodestruía con una gigantesca explosión, o la consabida historieta de construir posibilidades de habitabilidad en Marte: mudarnos a otro planeta y desechar este que hemos quemado, como si la posibilidad de huir de hábitat en hábitat fuera infinita. ¿Podemos acabar con el capitalismo y el consumo exacerbado, origen de la escasez de materias primas y de la extenuación de los recursos naturales e incluso sociales? Sí. Pero requiere asumir que antes es preciso transitar un duelo: «La constatación del fracaso de las promesas de la tríada progreso, tecnología y capital para garantizar la felicidad y dignidad a todas».


El segundo capítulo del libro nos recuerda que si perdemos el miedo nos alejaremos también del valor, y esto sería una forma de locura y el peor de los errores. Herrero, frente a la anestesia del capitalismo y la doctrina del shock, que insinúa un terror paralizador, revindica el carácter saludable del miedo como primera condición del valor y el impulso al coraje («Hagámosle el amor al miedo» fue la campaña de la que se valieron las mujeres colombianas de la organización femenina Barrancabermeja para desafiar al miedo y denunciar la violación de derechos y las desapariciones). La ausencia de miedo no es posible; es necesario sentirlo, transitarlo, transformarlo en alegría y valentía. Es requisito, ya no existe otro lado hacia el que evadir la mirada y silbar, ni la posibilidad de la huida hacia delante. Tras la pandemia contamos con la experiencia del miedo y también con la de haber superado este colapso juntos, en comunidad, tejiendo con otros el compromiso por la vida. El miedo es útil, de él nacen la lucha y la esperanza. En el capítulo tres nos habla de la no percepción de los límites, de un horizonte hasta el infinito que genera la visión de un ser humano autótrofo, no vulnerable, no interdependiente; en ausencias de límites físicos, las matemáticas se extravían y nos alejan de la reivindicación de restar y dividir (un ejercicio de amor), imponiendo solo sumas y multiplicaciones. Con el abandono de los lazos, se extravía el conocimiento, nos recuerda Herrero en el cuarto capítulo, y manifiesta la exigencia de “crear” una ciencia natural y, sobre todo, social que piense en la naturaleza desde dentro, sin intentar dominarla, aliándose con ella. Unas ciencias terrícolas capaces de desacelerar los excesos cometidos por la propia ciencia “alienígena”. Las últimas partes, quinta y sexta, que componen el libro contienen, junto con el primer capítulo, las aportaciones más profundas y románticamente rebeldes de todo el texto ya que la autora vincula la ausencia de la memoria al extravío de la imaginación: sin memoria, no se pueden volver a pasar las cosas por el corazón, anticipar el futuro y procesar las respuestas precisas y sin imaginación no es posible anticipar futuros deseables. Memoria, imaginación, sentimientos, empatía y atención llegan a ser las piezas fundamentales porque sin ellos, no hay cuidado, ni precaución, ni moral, ni política, ni derechos. En ausencia de la memoria disminuyen las posibilidades para distinguir lo bueno de lo malo, lo útil y lo desmesurado, lo bello y lo monstruoso. En definitiva, la memoria es rescate, nos dice la autora. Sin asomarnos a la memoria, el pasado es un ancla que impide mirar al futuro.


Finalmente, todo el hilo construido y los nudos desenredados por Herrero a través de las primeros cinco capítulos culminan en una advertencia fundamental que la corrupción y las falsas promesas del capitalismo nos hace olvidar: si se renuncia a la responsabilidad, se renuncia al mismo tiempo a la esperanza. Y esto no nos lo podemos permitir y la autora evidencia con toda claridad el gran problema de nuestro tiempo: la sociedad de la desmesura que no se responsabiliza de las consecuencias de sus actos, que huye de los problemas y los conflictos y se desespera cuando le estallan en la cara. Sin responsabilidad no existe fuerza, potencia y capacidad de hacer. La ausencia de responsabilidad se convierte pues en desamor. La idea que nos deja la autora al final del libro dice así: «responsabilidad y esperanza activa contra los monstruos del desamor». Esta frase cierra el mapa que nos puede guiar para ser conscientes de lo que aún podemos hacer y cómo hacerlo para que nuestra sociedad de alienígenas se convierta en terrícola. Herrero nos enseña, pues, que solo sintiendo, aunque dolorosamente, esas ausencias dentro de nuestra sociedad, encontraremos la vía para rescatar el extravío de la cordura común.


Esto suena a crucigrama vital y en cierta forma lo es porque lo que está en juego es un aserto que inquieta por su definitiva racionalidad: si se pierde la ética entre las personas, la supervivencia de nuestra especie está en peligro y sólo hay que estar atento para comprobarlo con lo que pasa en torno nuestro (y en nosotros mismos). Y la pandemia
ha sido una escuela de aprendizaje de la que hacemos escaso uso y provecho. "Grandes conglomerados mediáticos implementan algoritmos para que compres más, para que votes más, desconfíes más u odies más... Muchas horas al día tu atención está atrapada en los estímulos que lanzan sujetos con intereses que rara vez coinciden con los que seleccionaría un cerebro pendiente de la supervivencia en tiempos de crisis ecosocial" Y una frase como recuerdo: "la impunidad de la gente mala es el excremento de la memoria". Y otra como advertencia: "vivimos un momento marcado por el exceso de culpa y la ausencia de responsabilidad". Un libro digno de ser releído más de una vez. Toda la obra de Herrero se centra en la crisis ecológica actual derivada del modelo de desarrollo y producción capitalista, y en este sentido, sostiene que el propio capitalismo no puede existir sin que exista crecimiento económico, pero que en un mundo físico que tiene límites, un crecimiento indefinido es imposible. Además, sostiene que en este modelo económico se priman trabajos superfluos, mientras que los trabajos que hacen posible el mantenimiento de la vida humana, como la producción agrícola o el trabajo reproductivo, están completamente precarizados o directamente excluidos de toda remuneración. De esta manera, propone una transición hacia un modelo económico diferente, que tenga en cuenta la inclusión social de todas las personas y sea compatible con la capacidad de regeneración de la naturaleza.

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