Tal día como hoy, 7 de abril, de 1614, nos dejaba el pintor El Greco y, en esa efemérides, con vuestro permiso, echaré a volar la imaginación y los recuerdos sobre algo de su obra y, aprovechando, sobre su figura, Hacia el último tercio del siglo XVI vino a España un pintor excepcional: Domenico Theotocopulos, apodado aquí por su origen El Greco; ya habían venido y seguirían viniendo, contratados en su mayoría por Felipe II, otros pintores, como Zuccaro, Tibaldi, etc…, pero eran todos artistas de segunda fila. El Greco es, en cambio, un personaje de talla incomparable e imprevisible. Se ha dicho muchas veces que a pesar de su ascendencia cretense, el Greco tiene más de veneciano y de español, porque fue en estos países donde realizó su tarea pictórica, su formación como pintor; debemos reconocer, no obstante, en estas reivindicaciones un notorio afán de orgullo nacionalista pues del mismo modo, deberíamos decir que Picasso es francés, ya que pasó la mayor parte de su vida en Francia y en contacto con los avanzados estilos franceses maduró su obra, pero nos gusta pensar y decir que Picasso es español, como nos gusta proclamar que El Greco también lo es en cierto modo, y para ello exprimimos los más jugosos razonamientos (un documento de 1589 denominaba al artista “vecino” de Toledo). Se dice que su estilo espiritual, seco y austero, sus colores casi surrealistas, su febril imaginación, solo pueden haber brotado de la España hidalga, religiosa y mística del siglo XVI. Y se dicen muchas más cosas, que aquí no vamos a repetir. Si nos atenemos a los hechos solo podemos decir que la obra de El Greco presenta manifiesta influencia de Miguel Ángel y del Tiziano, sobre todo, y que su nacionalidad es cretense, que es como decir italo-bizantina, pues Creta estuvo bajo el poder de Venecia y Bizancio varios siglos. Hay que situar al Greco en su contexto histórico para entenderlo como creador de un nuevo lenguaje artístico. A partir de su experiencia en la pintura de iconos, su gran logro fue traducir los misterios de la religión en imágenes que hablaban al hombre de los siglos XVI y XVII comunicándole visiones místicas de una manera que ya entonces se reconoció como innovadora. Así se explica cómo el Greco logró un estilo tan personal y cuáles fueron las claves de su arte, que llegaría a ejercer una enorme influencia en la pintura moderna a partir de 1860: desde su Creta natal, donde fue artífice de pequeñas imágenes de devoción, hasta su residencia definitiva en Toledo, donde pasó a crear retablos gigantescos en iglesias y conventos, sin olvidar su paso fundamental por Venecia y Roma, donde tuvo pleno contacto con los maestros del Renacimiento italiano. Su personalísima síntesis de las técnicas pictóricas de oriente y occidente produjo uno de los estilos más originales de la historia del arte europeo. Artista difícil de clasificar y hasta extravagante, como algunos expertos consideran, sus figuras alargadas, la paleta de colores que utiliza, los temas religiosos de su producción hacen que resulte imposible pasar frente a uno de sus cuadros y no reconocerlo. Desde sus coetáneos hasta la producción más actual, pasando por las vanguardias europeas y norteamericanas, e incluso la latinoamericana, la intensidad de la pintura del Greco ha generado una verdadera fascinación entre los artistas. Españoles como Zuloaga, Sorolla, Fortuny y, por supuesto, Picasso, pero también de otras naciones, como Modigliani, Cézanne, Rivera o Pollock, han sabido entender la complejidad de sus cualidades. Su cromatismo único, la distorsión de las proporciones, su capacidad de enfrentarse con dos mundos diferentes, el de lo visible y el de lo invisible, han emocionado poderosamente a los artistas y al público de todos los tiempos.
Un acercamiento a una semblanza más que conocida: Domenico Theotocopulos nació en la isla de Creta hacia 1541, y vive sus primeros años, pues, en un ambiente cultural bizantino y oriental con grandes dosis de influencia veneciana puesto que no olvidemos que los venecianos habían establecido una verdadera talasocracia (sistema político que basa su poderío en el control de los mares) en el Mediterráneo oriental a medias con los genoveses. Algunos autores piensan que haría sus primeros pinceles entre los monjes del Sinaí, pero el caso es que tenemos una laguna en su adolescencia y nos lo encontramos, ya mozo, en Venecia. Este primer substrato oriental del Greco, que será ocultado por el barniz veneciano durante su estancia en Italia, es el que luego resurge con fuego vivo en España, al ponerse en contacto con una civilización semioriental y mística que tantas relaciones tiene con la bizantina, por ser, como ella, zona de transición y paso entre Oriente y Occidente. Sabemos que trabaja en Venecia durante algunos años. En el ínterin fue discípulo del Tiziano, según consta, pero su estilo de estos primeros tiempos tiene más parecido con el de Tintoretto que con el de Tiziano aunque el colorido se asemeja, sin embargo, más al de este maestro. Otros autores prefieren relacionarlo con un artista de segunda fila, llamado Marascalchi. Pero el caso es que El Greco, que fue un pintor manierista1, se complació en criticar muchas veces a los manieristas romanos que entonces gozaban de más fama en Italia. Quizás fuese ello la causa de su venida a España en busca de aires nuevos y saludables y quizás de una clientela que se le negaba. Quizás viniera a España atraído por la demanda de Felipe II para decorar el monasterio de El Escorial, que a tantos artistas italianos atrajo hacia nuestra patria. En cualquier caso, a fines de 1576 o principios de 1577 se encuentra en Toledo, y realiza El Expolio, para la Catedral toledana, una de sus obras más famosas pero que suscitó, como luego otras muchas, la incomprensión y la censura de los canónigos toledanos, no solo por su estilo formal, sino por algunas intromisiones temáticas, poco tradicionales. Este rechazo no lo desanima ni le hace abandonar su estilo, sino que le empuja a afirmar cada vez con más fuerza su expresionismo sin concesiones, deformando las figuras hasta un grado inconcebible para su siglo, aunque muy comprensible para el nuestro.
Si bien su pintura cayó en el olvido durante un tiempo prolongado, su maestría no pasó desapercibida a la aguda mirada de artistas y viajeros, españoles y extranjeros, que recorrieron España entre los siglos XVII y XIX. Y es posible que el sevillano Diego Velázquez, influido por los comentarios de su suegro, el también pintor Francisco Pacheco, quien había visitado al Greco en Toledo, se detuviera ante El Expolio y recordara cómo el cretense había resuelto, en el último plano de ese monumental óleo, la disposición de las lanzas cuando, años más tarde, acometió el trabajo para La rendición de Breda., Admirado por los escritores románticos como Mariano José de Larra y Gustavo Adolfo Bécquer, su fama atravesó los Pirineos y un crítico, en un artículo publicado en 1867, interpretó la obra del griego bajo el tamiz de la mística, tesis retomada con fuerza años más tarde. Gustaba El Greco de repetir sus obras, como ocurrió a otros maestros, y por ello se conservan muchas réplicas de obras similares. Muchas veces pinta a los Apóstoles, de los que se conservan varias colecciones, en la Catedral toledana, en la casa del Greco, etc., y otros muchos personajes y composiciones. En sus últimos años comenzó a alejarse del trabajo con volúmenes rotundos, de impronta romana, transformó el canon de la figura humana elaborando imágenes más abstractas, alargadas y sinuosas –característicos rasgos manieristas– y privilegiando fuertes contrastes de luces y colores, a pesar de primar una tonalidad oscura general que crea una atmósfera de gran espiritualidad y trascendencia. Por otra parte, al Greco se debe la introducción del género del paisaje en la pintura española, como se puede comprobar en la célebre Vista de Toledo, donde, además, realizó una interpretación libre y personal: sobre la ribera del río Tajo, cubierta de un extraño verdor, se alza el perfil de la ciudad esbozado con blancos, contra un cielo tormentoso inmerso en una atmósfera sombría, motivo reiterado como fondo en muchas de sus obras de temática religiosa. El influjo del griego llegó a las vanguardias del siglo XX; sus pinturas y su originalidad inspiraron, entre otros, al inglés Francis Bacon, y sus expresivos trazos impactaron a Jackson Pollock.
Pero, detengámonos un poco en su obra: también se muestra un cotizado retratista y pinta infinidad de retratos. Algunas veces se dedicó a temas bien poco frecuentes en la iconografía española tradicional, como eran el paisaje y la mitología. Así tenemos espléndidas vistas de la ciudad de Toledo y cuadros como El Laocoonte, que son obras de primerísima calidad;.El Greco realizó uno de los retratos más sublimes y maravillosos de la historia del arte, este misterioso caballero de la mano en el pecho, casi un estereotipo de hidalgo de la época, con la vestimenta típica del siglo de oro, armado con espada demostrando que es efectivamente un caballero, y haciendo lo que parece ser un juramento, siendo nosotros, espectadores, los testigos. Destaca esa mirada ligeramente estrábica, esa posición de la mano (dedos corazón y anular unidos que se ve en otras de sus obras) y sobre todo el excesivo protagonismo de la figura, sin nada que nos llame la atención más que el retratado, sin detalles superfluos en ese fondo neutro, sólo el caballero iluminado y esa mano que atrae todas las miradas hacia ella. No es casual que El Greco resalte todo «lo importante» entre esos encajes blancos. Pero sobre todo llama la atención, y de ahí lo sublime y maravilloso, es lo que oculta este cuadro,, lo que transmite de manera casi mágica este caballero: esa mirada, ese pasado sugerido que hace pensar en tiempos mejores, esa dignidad, serenidad y calma de su pose, esa especie de espiritualidad laica que parece anunciar ya sus últimos y delirantes cuadros de pintura religiosa…Su mirada melancólica ha pasado a convertirse en el prototipo renacentista del alma austera y franca de los castellanos. Mucho se ha especulado sobre la desconocida identidad de El caballero de la mano en el pecho, pero es bastante claro, después de revisar los retratos del genio de Toledo, que se trata de Rodrigo Vázquez de Arce, amigo del pintor, más envejecido que en los dos primeros retratos pintados hacia 1580, entre ellos San Mauricio. Es sabido que El Greco utilizaba personajes reales en sus obras, el parecido resulta evidente: los mismos ojos, nariz, boca, barba y pelo, además tanto el segundo como el último llevan una joya emblemática colgada, que se oculta entre la ropa. Y el rasgo que más llama la atención, dando nombre a la obra, es la mano en el pecho, una pose testimonial para destacar su nobleza, se quiso entender como revelador del oficio del retratado, Vázquez de Arce era jurista, con un gesto forzado, uniendo los dedos anular y corazón, característico del manierismo grequiano (el Expolio y otras pinturas). Las nuevas normas de la Contrarreforma católica, promulgadas para limitar la libertad de los artistas, hizo que los manieristas como El Greco agudizasen el ingenio para burlar la censura, por ello recurren al símbolo y a otras técnicas más que nunca, para exponer sus conocimientos e ideas sin soliviantar a los clientes o a la Inquisición, a quienes, llegado el caso, se les engañaba con fábulas. Sin embargo, en más de una ocasión, El Greco, de personalidad pretenciosa y gustos extraños, tuvo serios problemas con las extravagancias que se observan en toda su obra, alimentando las sospechas de esoterismo en su círculo de amistades más cercano, formado por judíos conversos, griegos no católicos, intelectuales humanistas o miembros de sectas ocultistas; así se resolvería definitivamente el misterio, mantenido de manera incomprensible durante siglos a pesar de estar bien a la vista, quizás por ser uno de los mayores encantos de esta famosa pintura.
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1En arte, el término «manierismo» proviene de maniera moderna, en referencia a aquellas obras que se decían realizadas a la manera de los grandes maestros del Renacimiento; la imitación de las obras de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel hace que se produzcan imágenes artificiosas y, en cierto sentido, la propia grandeza de esas obras maestras cerraba las vías a la creatividad artística, y a las jóvenes generaciones no les quedaba sino la imitación.
El Greco pintaba muy oscuro y los personajes y muy largos!! Siempre he pensado que tendría algún defecto en la vista que le hacía ver así a los personajes!! 🤭
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