viernes, 4 de noviembre de 2011

¡Que viene el lobo!

Cada día parece instalarse con más firmeza en la ciudadanía una sensación casi física de miedo, que traspasa con creces lo que hasta ahora se había definido como incertidumbre. Se confirma que las sucesivas iniciativas de los organismos y gobiernos no son sino palos de ciego dados, eso sí, no se les discute, con buena voluntad.
No es crítica, porque la verdad es que nadie sabe a estas alturas las razones de fondo de la crisis económico-social que vivimos y, por lo tanto, es difícil dar con la receta adecuada. Con un poco de perspectiva histórica, la crisis se inició por un problema puntual en la financiación de hipotecas en Estados Unidos, y, por lo que se refiere a Europa, en principio el problema era estrictamente bilateral entre el endeudamiento excesivo de Grecia y la financiación de esta deuda por los bancos alemanes. El porqué se culpabiliza del desaguisado global a las economías periféricas de Europa no deja de tener su dosis de sarcasmo.
De todas formas, también cada vez resulta más evidente que la salida de la crisis la liderará la iniciativa privada y que a los poderes públicos lo único que se les pide es que no pongan palos en las ruedas y, sobre todo, que no sigan insistiendo en acusarse entre uno y otro color político de ser el causante de la situación.
Se ha iniciado la campaña y, entre las barbaridades de turno (que ya forman parte inseparable de las campañas), seguro que descollarán las promesas de la vuelta al Edén económico. la supresión inmediata de las colas en la oficina del paro y la creación instantánea de miles de nuevas y boyantes empresas que, sólo será posible si el país lo lidera económicamente un color político, mientras que todo eso será imposible si lo lidera otro. Para evitar malentendidos, estas buenas intenciones se suscriben de forma entusiasta con un sonoro ¡ojalá! por cualquiera. Pero, veamos: el banco de España ha publicado los daros que presagian la entrada en recesión (una vez más). Si esto se confirma, y parece que sí a juzgar por el dato posterior del paro, los políticos han de hilar muy fino a la hora de hacer promesas... que no se pueden cumplir.
En un escenario de recesión es técnicamente imposible crecer, ni reducir el nivel de deuda, ni aplicar políticas de austeridad (aunque lo exijan los organismos europeos al margen del color político del gobierno de turno), con el agravante de que en la situación actual, los hechos se suceden a una velocidad vertiginosa y en la eternidad de las tres semanas de campaña, el marco del primer día puede no tener nada que ver con el marco del día de reflexión.

El ciudadano de a pie puede hacer bien poca cosa, salvo esperar y exigir que se tomen las medidas adecuadas. Y supervisarlo, y señalar al tramposo, que existe (¿cómo cuadrar, por cierto, el 21 % de parados con el 90 % de ocupación de la hostelería en las campañas de temporada, sobre todo con turismo interior?)

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