sábado, 26 de agosto de 2023

¿Modelo urbanístico novedoso?


Hace mucho tiempo, en mi época estudiantil y a medio camino entre el deber académico, vinculado entonces a los estudios de Arquitectura, y el puro interés/curiosidad personal, cayó en mis manos un librito de pequeño formato escrito por el catedrático de “Historia del Arte en Arquitectura” Fernando Chueca Goitia1, Breve historia del urbanismo. Recuerdo que, al ojearlo, vi que entre sus imágenes, una me resultaba familiar, y es que, entre los diferentes modelos de urbanismo a lo largo de los tiempos, había un plano, hecho a mano, de La Carolina. Eso me produjo un inmediato subidón de adrenalina; o sea, que era verdad eso de “joya urbanística” y modelo de urbanismo que a veces se oía en el pueblo, ¿no?, pero llevado por una mínima prudencia pese a estar convencido de que “lo mío es único y lo mejor”, si no, no estaría en el libro, me puse a buscar antecedentes. La Real Carolina (ciudad nueva, ojo) fue creada por Real Decreto en 1767 bajo el reinado de Carlos III, siendo nombrada capital de las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena (promovidas por el intendente Pablo de Olavide). Para la fundación de la ciudad se aprovechó el primitivo Convento de la Peñuela, hoy desaparecido, erigido por el carmelita descalzo fray Gabriel de la Concepción en 1573, y que había servido como refugio espiritual de San Juan de la Cruz. Ya en 1749, durante el reinado de Fernando VI, hijo de Felipe V, primer monarca de la Casa de Borbón en España tras la Guerra de Sucesión, existieron numerosos proyectos para la colonización de las tierras de Sierra Morena, una zona abandonada y desértica desde hacía siglos que se había convertido en refugio de bandoleros y maleantes. La colonización de Nueva Escocia a partir de 1707 por parte de los británicos en tierras americanas, despertó interés para plantear este tipo de colonizaciones en España y se presentaron varios proyectos insistiendo en la conveniencia de poblar esta zona argumentando los beneficios que ello traería para la Corona y para los propios colonos que buscaban una vida mejor (exactamente como los refugiados de hoy y de siempre, con ese nombre u otro, con cobertura legal o sin ella, ¿o alguien cree que los colonos eran señoritos?),.pero el rey Fernando VI consideraba que al ser un proyecto de envergadura (con cuestiones tales como cómo se desarrollaban las negociaciones, cómo se realizaría el viaje para los colonos, las poblaciones de paso donde se ubicarían, los gastos del viaje y las condiciones en las que comenzarían a trabajar, proporcionándoles instrumentos y herramientas necesarias para construir habitaciones donde vivir e iglesias y la necesidad de un párroco, un médico, un boticario y un cirujano en cada localidad) no podía llevarse a cabo precipitadamente por lo que no dio su aprobación, bien porque no quería embarcarse en empresas muy costosas, bien por evitar problemas internacionales. Sin embargo, ya se habían sentado las bases de lo que más adelante se convertiría en realidad. La creación de las Nuevas Poblaciones en Sierra Morena. A la muerte del rey Fernando, su hermano Carlos III en España, Carlo VII o Carlo de Borbone como es conocido en Italia, ha de abandonar el trono de las Dos Sicilias tras veinticinco años de reinado para ocupar el trono español y, hombre de ideas claras en cuanto a política, el asunto de la colonización de Sierra Morena le interesó e insistió en la elaboración de proyectos más exhaustivos para finalmente poder ejecutarlos..


En los primeros intentos de llevar a cabo la empresa, se plantearon algunas dificultades con
la llegada de los primeros colonos, el plan no contaba con la aprobación de algunos eclesiásticos y se comenzó una campaña contra los recién llegados ya que algunos eran desertores del ejército, no sabían nada de agricultura, estaban enfermos o tenían una edad avanzada (consta documentalmente que, en contra de lo estipulado en el contrato con la corona española, no se pudo reclutar únicamente a «preciados trabajadores católicos», sino en su mayoría solamente a jornaleros pobres, temporeros, campesinos y vagabundos), sin embargo, la fe en los planes proyectados y la insistencia por parte de los ministros, propició que en 1767 comenzara ya a ser realidad este proyecto de colonización que formaba parte de la Reforma Agraria que plantea el gobierno de Carlos III, uno de los proyectos de mayor relevancia en la historia de España. El Rey toma cartas en el asunto ya que su reputación está en juego. Con los estudios precisos de las tierras y de las condiciones económicas, sociales y administrativas se constituye el Fuero de Las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, firmando el Rey una real cédula en 1767, lo que permitió al fin que pudiera ser realidad un proyecto que resultaría provechoso para todos. Se establecieron así tres grandes zonas con ciudades principales como cabezas de partido, La Carolina (Jaén), La Carlota (Córdoba) y La Luisiana (Sevilla), cuyos términos municipales englobarían a su vez varios pueblos. Los colonos debían ser católicos y vivirían bajo las leyes españolas integrándose totalmente en la sociedad. El reclutamiento lo llevó a cabo el aventurero y militar bávaro (alemán) al servicio como espía del ejército francés Johann Kaspar Thürriegel (1722-1800) trayendo a la zona más de seis mil colonos procedentes sobre todo de Alemania y Flandes, aunque también llegaron algunos de Austria, Italia, etc. y, dentro de la península, de Catalunya y Valencia. Aún hoy en día podemos ver habitantes de esta zona con rasgos físicos característicos de Europa del norte y también perduran algunos apellidos con este origen. Los principales propósitos de este plan urbanístico, social, económico y administrativo estaban claros, por un lado, crear una sociedad nueva con una población próspera que generara riqueza cultivando nuevas tierras y por otro lado, que fuera un camino seguro para comunicar el Sur con Madrid, decisivo para el tráfico de mercancías procedentes de América. Así pues, La Carolina se fundó en 1767 con colonos mayoritarimente europeos, estando finalizado el proyecto urbanístico en 1770 y asumiendo la capitalidad de Las Nuevas Poblaciones; constituyó la quinta circunscripción andaluza junto a Sevilla, Córdoba, Jaén y Granada con un fuero especial para sus habitantes, fuero que sería derogado posteriormente en varias ocasiones, con José I Bonaparte (1810-1811), con las Cortes de Cádiz (1813-1814) y durante el Trienio Liberal (1820-1823). En 1835 se suprimiría definitivamente y las Nuevas Poblaciones entraron a formar parte de otras jurisdicciones, en el caso de La Carolina, de Jaén.


Veamos ahora la ciudad, un lugar privilegiado, “…una ciudad con un elegante urbanismo, limpieza, orden y rectitud …” en palabras de viajeros como el escritor francés Jean Charles Davillier (1823-1883) que dejó sus impresiones en el libro Viaje por España, viaje que hizo acompañado por Gustave Doré (1832-1883) encargándose éste último de las ilustraciones sobre escenas tradicionales de diferentes lugares de España y personajes populares como El Quijote. El lugar elegido para levantar la ciudad fue un antiguo convento de carmelitas, que hoy en día no se conserva, en un lugar llamado La Peñuela, (¿la actual iglesia?) donde pasó varias jornadas San Juan de la Cruz. Para su trazado urbanístico se utilizó el esquema de un campamento romano en el que hay dos ejes de norte a sur y de este a oeste que se cruzan perpendicularmente, siendo el punto central donde se sitúa el centro de la ciudad, en este caso la Plaza del Ayuntamiento. Se divide en cuadrículas con avenidas rectas y amplias. Su trazado urbanístico fue obra de ingenieros militares y la malla octogonal de su trazado, de forma rectangular, se estructura en dos grandes ejes de axialidad perpendicular:


El eje horizontal, de mayor anchura, coincide con el Camino Real de Andalucía, iniciándose en una plaza mixtilínea (la Plaza de la Aduana) enmarcada por dos torres, y adoptando una solución de perspectiva típicamente barroca. En este mismo eje se ubicarían nuevas plazas en paralelo: una circular, otra hexagonal (que funcionó como plaza de toros) y una última rectangular (o plaza mayor, en donde se instala la Cárcel y el Ayuntamiento).


El eje vertical, más estrecho, divide a la población de Norte a Sur, surgiendo en su vértice septentrional de una plaza presidida por el Palacio del Intendente y el edificio adjunto de la iglesia, para proseguir con la plaza mayor o del Ayuntamiento donde ambos ejes se cruzan, y llegando hasta el Paseo del Molino de Viento.


Plano de la Ciudad de México en 1750.


Este modelo de ordenación urbana -siempre animado por ejes jerarquizados y plazas- conforma su planeamiento urbano barroco, creando una escenografía plástica a partir de la búsqueda de efectos visuales; su origen más inmediato estaría en los modelos de nueva planta experimentados en las ciudades hispanas del Nuevo Mundo ensayados por la corona española siguiendo las Leyes de Indias2. Las ciudades se construían y se organizaban según el modelo castellano, se trazaban las calles conforme a un trazado perpendicular y en el centro se situaba la Plaza de Armas donde se encontraban las autoridades locales y religiosas. Es así como se trazaron las ciudades coloniales y los actuales centros históricos de Santo Domingo, La Habana, Veracruz, Campeche, Panamá, Cartagena de Indias (uno de los más visitados), Santa Marta y demás; la similitud de sus trazos puede observarse claramente en mapas continentales y planos urbanos locales. Una vez establecido un control del territorio americano estable por parte española, Felipe II emitió el "Plan de Ordenamiento Urbano para las Indias", en 1573 (dos siglos antes de la fundación de La Carolina), avalado por el Consejo de Indias, que plantea como principio esencial considerar como tarea primordial para construir una ciudad el trazado de la Plaza Mayor o de Armas a eje y cordel, con definición de las calles, solares y cuadras, y con especificación distintiva entre caminos, calles y carreras principales:; así mismo dispone que de la plaza salgan cuatro calles principales destinadas al comercio. Carlos III puso su empeño en modernizar las ciudades del Imperio Español según el modelo europeo basado en la antigua Roma. Una vez empezada esa labor en la propia capital, Madrid, decretó un plan de reformas urbanas en el siglo XVIII para las Indias. Este plan es destinado a asegurar que todo asentamiento quedara instituido conforme a las reglas de la Corona Española, o sea que, a diferencia del plan de Felipe II, el repartimiento de tierras ya no se planteaba por los conquistadores sino por comisionados reales nombrados por el Visitador (si el reparto era para las misiones jesuitas, se haría de acuerdo con los reverendos jesuitas). El modelo urbano para las nuevas ciudades aplicaba las formas de disposición urbana de finales de la reconquista española, que a su vez volvía a los ideales helenísticos. Este modelo básicamente se trata de unos espacios puestos en rejilla, con plazas en el centro y calles perpendiculares y paralelas en las que los habitantes se colocan a mayor o menor distancia del centro, según la relevancia económica y social de las familias. Pero, ante todo, el plano de La Carolina es un hexágono apaisado, simétricamente trazado y dividido en manzanas, que se postula en torno al principio hegemónico de la perspectiva monumental barroca de origen francés. Como decía Chueca Goitia, en esta época se consideraba la ciudad como un hecho secundario, el poder del rey era mucho más perfecto y capaz de profundizar en el cuerpo entero del país y la ciudad se trataba como un medio para consolidar el poder político, en la cual la ley, el orden y la uniformidad son productos esenciales de la capital barroca. Durante esta época había una gran diferencia entre clases, sin grados intermedios. La ciudad barroca se trataba de pura armonía geométrica, con independencia de la percepción visual (se buscaba mucho la perspectiva visual); en ella se intentaba buscar una fuerte impresión estética y a la vez una gran visión focal o centralista. En el siglo de las ilustraciones y de las luces todo se plantea en simetría tridente de avenidas que convergen en la plaza de armas. Sí, modelo, vamos.

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1Fernando Chueca Goitia (1911 – 2004), arquitecto, ensayista, académico, historiador y erudito, es una referencia ineludible en la arquitectura española del siglo XX. Titulado como arquitecto en 1936 por la Escuela de Madrid, al final de la contienda los arquitectos afines a Franco lo consideraron”desafecto al régimen” y se le condenó, por ello, a diez años de suspensión en el ejercicio de la profesión. Lejos de lo que cabía esperar, este largo período lo aprovechó dirigiendo su vocación por la arquitectura hacia otros cauces. Así, estudió teoría e historia de la arquitectura y, sobre todo, viajó por toda España indagando y cartografiando, como nunca antes se había hecho, su innumerable aunque maltrecho patrimonio arquitectónico. Fundó junto a Dionisio Ridruejo la Unión Socialdemócrata Española y fue senador de las Cortes Constituyentes por la Unión de Centro Democrático (UCD).

2Para ser preciso, de novedad, nada de nada: el arquitecto griego Hipodamo de Mileto,(498-408 a.C.), considerado uno de los padres del urbanismo ya tenía planes de organización que se caracterizaban por un diseño de calles rectilíneas que se cruzaban en ángulo recto. Se utiliza un plano urbano llamado plano ortogonal, rectangular, en cuadrícula o en damero. Las ciudades que presentan este tipo de planeamiento urbano tienen una morfología urbana perfectamente distinguible en su trazado viario. Este tipo de planeamiento tiene la ventaja de que su parcelamiento es más fácil por la regularidad de la forma de sus manzanas. Pese a esta simplicidad aparente, este tipo de plan presenta algunos inconvenientes, pues prolonga la longitud de los trayectos. Para evitarlo se puede completar con calles diagonales. Para aumentar la visibilidad en los cruces de las calles estrechas, se pueden diseñar edificaciones con chaflanes. Hay ejemplos de planos ortogonales en el Antiguo Egipto, Babilonia y América. En la Edad Antigua destacan las ciudades helenísticas y las que surgieron de un campamento romano; en la Edad Media las bastidas francesas y las nuevas ciudades como, en concreto, las Nuevas Poblaciones de Andalucía y Sierra Morena fundadas en tiempos de Carlos III, como La Carolina (Jaén). Las investigaciones sobre el Antiguo Egipto y Babilonia muestran trazados urbanos ortogonales anteriores incluso a la época de Hipodamo.

 

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