sábado, 9 de septiembre de 2023

“Las cagás de los mamuses”.


Este
año 2023, como el que no quiere la cosa, es el 200 aniversario de que Charles Robert Darwin (1809-1882), naturalista reconocido por la teoría de la evolución por selección natural y uno de los científicos más influyentes de la historia, antes de entrar en la Universidad de Edimburgo, decidiera que no quería ser médico como su padre, por su aversión a la visión de la sangre y porque desde que tenía ocho años ya demostraba su inclinación por la historia natural, aunque, siguiendo los deseos paternos, hizo los dos primeros años de medicina. ¿Qué decir a estas alturas de Darwin, una vida llena de contradicciones? Adolescente borrachín y disoluto, Charles Darwin se “convirtió” paradójicamente a la ciencia cuando estudiaba para ministro de la Iglesia de Inglaterra en un seminario de la Universidad de Cambridge y, por cierto, perdió la fe cuando, años después, vio morir a su hija de tuberculosis. Tras su graduación en Cambridge, se enroló en el barco de reconocimiento HMS Beagle como naturalista sin paga, para emprender una expedición científica alrededor del mundo y allí tuvo la oportunidad de observar variadas formaciones geológicas en distintos continentes e islas además de una amplia variedad de fósiles y organismos vivos. En sus observaciones geológicas, Charles Darwin se mostró muy sorprendido por el efecto de las fuerzas naturales en la configuración de la superficie terrestre; en esta época, la mayoría de los geólogos apoyaban la teoría catastrofista, que defendía que la Tierra era el resultado de una sucesión de creaciones de la vida animal y vegetal, y que cada una de ellas había sido destruida por una catástrofe repentina. Según esta teoría, el diluvio universal, había destruido todas las formas de vida que no habían sido incluidas en el arca de Noé, de forma que las demás tan solo estaban presentes en forma de fósiles. El geólogo Charles Lyell1 cuestionó este punto de vista y sostenía que la superficie terrestre está sometida a un cambio constante como resultado de fuerzas naturales que actúan de modo uniforme durante largos periodos de tiempo; Charles Darwin descubrió que muchas de sus observaciones coincidían con la teoría uniformista de Lyell y cuando continuó su estudio en Inglaterra, llegó a la conclusión de que, cuando los pinzones llegaron al archipiélago desde el continente encontraron gran variedad de alimento, y al no tener competidores y estar aislados geográficamente, sufrieron una rápida adaptación a los distintos ambientes; por lo que aparecieron nuevas especies que descendían todas ellas de un antepasado común.


T
ras su regreso a Inglaterra, se dedicó a reunir sus ideas acerca del cambio de las especies. Encontró la explicación de la evolución de los organismos al leer el libro Ensayo sobre el principio de población del economista británico Thomas Robert Malthus, que explicaba cómo se mantenía el equilibrio en las poblaciones humanas. Malthus sostenía que ningún aumento en la disponibilidad de alimentos básicos para la supervivencia del ser humano podría compensar el ritmo de crecimiento de la población que tan sólo podía verse frenado por limitaciones naturales, como las hambrunas o las enfermedades, o por acciones humanas como la guerra. Aplicó Darwin este razonamiento a los animales y las plantas, y consiguió una orientación de la teoría de la evolución a través de la selección natural. Sus siguientes veinte años los dedicó a esta teoría y a otros proyectos de historia natural. Darwin publicó su teoría, aunque un año después aparecería completa como El origen de las especies por medio de la selección natural, que se agotó el primer día de su publicación por lo que se tuvieron que hacer seis ediciones sucesivas. La obra de referencia del darwinismo que asestó un golpe mortal a la visión antropocentrista del mundo provocó reacciones inmediatas. Algunos biólogos criticaron que Charles Darwin no podía probar su hipótesis. Otros, su concepto de variación, sosteniendo que ni podía explicar el origen de las variaciones ni cómo se transmitían a las sucesivas generaciones, aunque los ataques a las ideas de Darwin que encontraron mayor eco provenían de sus oponentes religiosos; la idea de que los seres vivos habían evolucionado por procesos naturales negaba la creación divina del hombre y parecía colocarlo al mismo nivel que los animales. La jerarquía anglicana lanzó sermones incendiarios contra la selección natural y los caricaturistas de los periódicos victorianos ridiculizaron al científico retratándolo como un mono peludo e iletrado. Transcurrió el resto de su vida ampliando diferentes aspectos de los problemas planteados en El Origen de las especies. Tras ser diagnosticado de angina de pecho, Charles Darwin falleció en su casa, pero se le rindió el honor de ser enterrado en la abadía de Westminster, cerca de Isaac Newton. Sus últimas palabras fueron para su familia diciéndole a su mujer: "No tengo miedo de la muerte. Recuerda qué buena esposa has sido para mí. Diles a mis hijos que recuerden lo buenos que han sido todos conmigo. Casi ha merecido la pena estar enfermo para recibir vuestros cuidados". Darwin murió dejando un legado que ha influido en la ciencia y en la forma en que entendemos el mundo.


Hemos hablado de pasada de la huella que dejó en el estudio de la Naturaleza el bíblico Diluvio Universal y de los fósiles en las observaciones de geología por Darwin. Ello nos lleva a retroceder más de un siglo y recordar al franciscano granadino Fray José Torrubia (1698-1761), misionero, geólogo, paleontólogo, espeleólogo y naturalista, uno de los primeros pensadores religiosos que admiten que los fósiles son restos de animales antiguos2, justificando esta creencia en la Biblia y relacionándola con el Diluvio Universal; hay que señalar que niega que las hachas neolíticas de sílex estén hechas por manos humanas, ya que la idea de habitantes prehistóricos era muy difícil de justificar con los textos bíblicos y, en toda la segunda parte de su monumental Aparato para la Historia Natural Española, de 1754, considerado el primer tratado de paleontología (ciencia que estudia e interpreta los fósiles para conocer el pasado de la vida sobre la tierra), tanto por las descripciones como por las interpretaciones, entonces progresistas, del origen de las petrificaciones, escrito en España, libro muy citado en Europa por los naturalistas, defiende la hipótesis diluviana para explicar el hallazgo de fósiles y se intenta demostrar la falsedad de otras teorías; la idea de que los fósiles marinos se habían depositado en el continente por la acción del Diluvio universal ya había sido defendida antes mientras otros, contemporáneos de Torrubia, defendían la tesis de la oscilación del nivel del mar como causante de la aparición de los fósiles marinos en tierra. Otras hipótesis para explicar la presencia de fósiles de organismos marinos en el interior de los continentes recurrían a la acción de huracanes o a la actividad de peregrinos. Es famosa su controversia con el religioso benedictino y ensayista Benito Jerónimo Feijóo Montenegro, que creía que los continentes estaban unidos al mar mediante galerías subterráneas, y este hecho, unido a «movimientos» de la tierra, podían explicar que en las montañas más altas aparecieran restos de organismos marinos y también apoyaba la idea de que un ascenso brusco de las montañas podía arrastrar a animales marinos que más tarde fosilizarían; según él, los restos fósiles se encuentran en muy buen estado para haber sido transportados a grandes distancias y sometidos a un intenso oleaje por un gran diluvio. Pero Torrubia consideraba que las grandes diferencias morfológicas existentes en los organismos fósiles hallados en el continente y los animales que habitaban los mares cercanos solo se podían explicar si los primeros habían sido transportados desde lugares lejanos; además, estaba convencido de que la distribución geográfica de los mares, continentes, montañas, etc. no había sufrido modificación desde la creación. Torrubia alude en repetidas ocasiones al método científico de observación aunque las conclusiones a las que llega no coincidan con las que actualmente imperan en el mundo científico. De alguna manera, fue el introductor en España del llamado Diluvismo científico que, irónicamente, vuelve a estar de moda entre las sectas fundamentalistas de los Estados Unidos; la creencia de que los avances de las Ciencias no pueden contradecir la lectura al pie de la letra de los pasajes de la Biblia está muy incrustada todavía hoy en la mente de mucha gente. Desde el punto de vista del diálogo entre la Teología y las Ciencias de la Naturaleza, esta obra escrita hace más de 250 años ilumina muchos planteamientos actuales.


Y todo es fruto de la casualidad: en torno a 1750, Torrubia, después de una estancia en Roma, Padua y París, se dirige desde Francia hacia Madrid, hizo un alto en el camino para almorzar cerca de Molina de Aragón (Guadalajara) y mientras comía observó que una niña jugaba con unas piedras de forma extraña, parecidas a conchas y caracoles marinos. Este fue el origen de una investigación sobre el origen de estas piedras, su relación con el Diluvio y sobre su localización en los montes de Castilla, muy lejos del mar Hoy día, eruditos, coleccionistas locales, etc., atesoran todo tipo de fósiles o similares, hallados en plena montaña. Al efecto, no puedo sustraerme a contar una vivencia personal: además de los propios fósiles que guardábamos (de los que me solía aprovisionar -había muchísimos, renovados por los movimientos de tierra de los tractores que labraban el campo- en las cercanías del socavón/manantial de riquísima agua potable El Minao, disimulado tras unas espesas y tupidas zarzas, pero accesible para quien lo conocía, en una ladera de un campo de olivos, y del arroyuelo que allí nacía con esas aguas), la chiquillería, a falta de móviles, joy-sticks, tablets y otras zarandajas modernas, pasábamos el rato, entre otras formas, echando a rodar pendiente abajo unas piedras planas y redondas, “tortas” (quien disponía de un neumático de goma gastado, podía darse con un canto en los dientes), a ver quién llegaba más lejos. A alguien le llamaron la atención esas “piedras” y algunas de ellas se enviaron a analizar a un organismo técnico competente, determinando éste que estábamos jugando con Coprolitos neanderthaliensis (o sea, en fino, heces de animales fosilizadas por desecación o mineralización o, como se nos transmitió a nosotros, con cagás de mamuses). Satisfecha la curiosidad científica, no se le dio más importancia… y se siguió jugando con ellas, pese a que hoy estos fósiles son objeto de atento estudio por la información que encierran acerca de la dieta, el rango de acción, la estacionalidad en el uso de los recursos o, incluso, infecciones parasitarias del organismo que produjo esas heces.

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1Charles Lyell (1797-1875) fue un geólogo británico,​ uno de los fundadores de la geología moderna, uno de los representantes más destacados del uniformismo (también conocido como la doctrina de la Uniformidad, es la suposición de que las mismas leyes y procesos naturales que operan en las observaciones científicas actuales siempre han operado en el universo en el pasado y se aplican en todo el universo) y el gradualismo geológico (en geología es la teoría que, oponiéndose al catastrofismo, sostiene que los cambios profundos son resultado del producto acumulado de procesos lentos pero continuos).

2Debemos, pues, concluir seriamente, que las Conchas, Almejas, Caracoles, Erizos, Estrellas, Cornu Anmonis, Nautiles y todos los demás Testáceos y producciones marinas, que se hallan en nuestros montes con figura de tales, ni son juegos de la naturaleza, ni efectos del acaso, ni naturales producciones de la tierra sin vivientes dentro, como quiso Bonanni, sino real y verdaderamente tales como las que en el distante mar se crían con su misma configuración y habitadores”. (Aparato..., capítulo 24) Esta tesis ya había sido defendida por otros y, de hecho, en la época en la que se publicó el Aparato... las tesis que apoyaban el origen inorgánico de los fósiles no contaban con el crédito de la comunidad científica Hasta el siglo XVIII el término «fósil» designaba a cualquier cuerpo desenterrado, por ejemplo un mineral.​

 

1 comentario:

  1. Buenas Miguel. Del minao si que me acuerdo, no de las cacas de los mamuses pero en cambio si guardo un recuerdo vivido de las minas que cavábamos en las laderas de la vía del tren entre La Perdiz y el túnel de paso del paseo del Molino de Viento para sacar fósiles y como defendíamos a sangre y fuego su explotación a falta del pertinente registro de propiedad. Que recuerdos. Un abrazo

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