En la reciente visita a Barcelona de unos familiares, cuando compraron un circuito turístico para conocer la ciudad, entre los tiqués para acceder a la Sagrada Familia, la Pedrera, el Parc Güell, el Palau de la Música (todo modernismo), etc., había también la entrada para visitar un refugio antiaéreo, concretamente el de la Plaça del Diamant, en el barrio de Gràcia. O sea, que la historia trágica se ha convertido en turismo: un maridaje no exento de problemas sobre el que es necesaria una reflexión pausada. El turismo suele concebirse como un elemento favorecedor del desarrollo económico de los lugares de destino, como pretexto para llevar a cabo un cambio cultural, territorial y social e incluso como una herramienta útil en la reducción de la desconfianza y los prejuicios hacia otras culturas, al favorecer el conocimiento, entendimiento mutuo y respeto. Además, puede favorecer la recuperación de la memoria, lo que dota al turismo de funciones pedagógicas, cívicas, ideológicas y sociales que se vinculan con el objetivo de formar una conciencia memorial y la adquisición de conocimientos sobre los pasados políticos ocurridos en esos contextos, lo que puede dar lugar a que la persona que los visita adopte un papel activo. Este cometido, que va más allá de los objetivos que se marca la oferta turística más tradicional, dota al turismo memorial de un cariz más político, pedagógico y reflexivo. La memoria es un espacio de disputa política y de luchas por el poder, donde las correlaciones de fuerza, o de debilidad, van a encumbrar los relatos vencedores e invisibilizar los derrotados. Los actores políticos hegemónicos buscan en ellos legitimar su discurso y su dominio del presente. Controlar el imaginario del pasado del que somos portadores es por tanto un objetivo político de primer orden para las clases y grupos dominantes en la sociedad. Esta disputa tiene consecuencias en los lugares de memoria, ya que el relato que estos ofrecen al visitante va a ser el resultado de esas luchas de poder y de los intereses sociales y políticos puestos en juego. El momento posterior a un conflicto resulta especialmente sensible y propicio para que quienes ostentan el poder gubernamental den un nuevo significado a la identidad nacional y a la historia, según sus intereses. Esta reconstrucción va a ahondar en nuevas divisiones, sumadas a las ya existentes, porque una parte de las personas implicadas sentirán que se comete contra ellas una injusticia. Las decisiones sobre memoria y patrimonio van a tener repercusión muchos años después, manteniendo la lógica de vencedores y vencidos bajo el disfraz del restablecimiento de la paz. Un ejemplo (fuera de nuestras fronteras) sería el turismo de memoria en Vukovar (Croacia), muy centrado en mostrar el respeto a las víctimas de la región, pero desde una interpretación unilateral y nacionalista del conflicto, lo que puede suponer una barrera importante para la consecución de la paz en la sociedad, dada la elevada tensión social y política existente entre la ciudadanía croata, mostrados como ganadores de la contienda bélica y víctimas, y la serbia como agresores. El patrimonio puede encontrarse muy politizado, lo que influye en la forma en que la memoria y la identidad se reconstruyen. Las personas que ostentan el poder acaban por decretar lo que se olvida y se recuerda, de manera que ésto puede ser utilizado con fines ideológicos y políticos para legitimar ese poder. En Croacia, exceptuando la citada ciudad de Vukovar, el turismo se convirtió en una herramienta de recuperación económica pero también política, a través de la reinvención de la tradición y de obviar la historia reciente. El turismo fue más un instrumento favorecedor de cierta amnesia colectiva, de la última guerra, que para la reconciliación. Por tanto, situar estas experiencias a partir de la creación de leyes memoriales, monumentos y museos, puede implicar la cristalización de una “memoria oficial”, un relato congelado y administrativo, que renuncia a la evolución crítica y continua que implica la consciencia de contemporaneidad de la memoria, que no es el recuerdo de experiencias vividas sino sobre todo de experiencias transmitidas, hayan sido vividas o no por aquellos que las transmiten porque la memoria es un proceso cultural y por lo tanto subjetivo, simbólico y cambiante, no puede ser encapsulado o congelado en un museo, por rentable que pueda ser política y/o comercialmente.
Pueden también producirse cambios paulatinos en los poderes políticos y con ello nuevas interpretaciones: las Fosas Ardeatinas hacen referencia a una represalia tras una bomba que lanzaron que los partisanos en Roma, donde murieron una treintena de policías alemanes en 1944; Hitler ordenó como respuesta una ejecución de italianos que se saldó con la muerte de 335 civiles, de los cuales 75 eran judíos que iban a ser deportados y se sabe que algunos de los asesinados fueron detenidos aleatoriamente por la calle. Estas fosas han sido lugar de memoria y denuncia de la ocupación nazi, pero ello no ha estado exento de controversia política ya que con el paso de los años y paralelamente a una paulatina revisión del pasado fascista se ha puesto en cuestión el papel a la resistencia antifascista: se acusa ahora a los partisanos de su responsabilidad en la masacre por la provocación que supuso el atentado y, también, por no haberse entregado posteriormente, construyendo un discurso que los culpabiliza. La ciudad polaca de Jedwabne también ha sufrido el impacto de los vaivenes políticos en las memorias oficiales: esta ciudad quedó, en 1939, bajo la zona de ocupación soviética tras la invasión alemana; dos años después, con el ataque alemán a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), pasó a manos alemanas e inició un programa contra la numerosa población judía, que se vio respaldada por parte de los propios polacos católicos, lo que se saldó con un número importante de judíos asesinados en la ciudad sobre cuyo número todavía existe discusión. En el periodo comunista el relato oficial antifascista responsabilizaba a los alemanes de tales crímenes, pero en el año 2000 el historiador polaco-norteamericano de origen judío Jan T. Gross dio datos sobre la responsabilidad polaca en los crímenes. Poco después el presidente socialdemócrata de Polonia, Aleksander Kwasniewski, visitó la ciudad y pidió perdón por las responsabilidades polacas en el exterminio judío pero esta situación dio un vuelco en 2015 con la llegada al poder del partido nacionalista y ultraconservador, Ley y Justicia: el relato oficial volvería a cambiar drásticamente, aprobándose posteriormente una ley que sanciona a cualquier persona que relacione a los polacos católicos con el exterminio de su población judía.
En muchos casos, y de forma apresurada, se produce una exaltación superficial de la consecución de “la paz”, como palabra mágica que con solo ser pronunciada va a resolver toda querella del pasado. Esta idea, repetida en todo discurso sustentador de un espacio memorial y como gran justificación que lo legitima, acaba convertida en el lugar común que guía de forma acrítica el relato de numerosos museos y memoriales sobre tragedias pasadas. En este sentido, en sociedades en las que hubo políticas oficiales y grupos humanos reclamando memoria de pasados políticos dictatoriales, conflictivos y violentos ¿se han construido democracias mejores o sociedades más democráticas que en aquellas donde no las hubo?. Otro elemento que caracteriza el paradigma de “la paz” es la reivindicación del respeto a los derechos humanos como único y último horizonte de justificación ética; suponen la base de discursos que han situado este indefinido desiderátum: “la paz”, convertida ahora en una suerte de tótem global que homogeniza los espacios memoriales y facilita una experiencia turística limpia de contradicciones sociales, de problemas ideológicos y presidida por el “happy end” del triunfo de unas democracias liberales libres de toda culpa y responsabilidad respecto a los pasados violentos y traumáticos. El espacio memorial puede entonces cumplir una función ideológica, de apaciguar los conflictos, escondiendo bajo la alfombra de “la reconciliación” y “el triunfo de la democracia” las injusticias sociales que provocaron los traumas del pasado.
Los espacios de memoria, convenientemente introducidos en el aparato de la comercialización turística, pueden convertirse en factores para el desarrollo territorial, que puede ser especialmente atractivo en regiones deprimidas y ser visto como una oportunidad de negocio, pero no necesariamente han de estar al servicio de los objetivos memoriales que inicialmente los han impulsado. Las mismas empresas turísticas sugieren en sus web tours por lugares relacionados con el genocidio, la muerte y el sufrimiento, lo que puede relacionarse con la glorificación del conflicto bélico, la exaltación nacionalista o la incorporación de lugares que encajan también con el turismo oscuro, donde puede primarse los aspectos experienciales o visuales frente al rigor histórico. A su alrededor aparecen compañías que se especializan en la construcción de los memoriales y museos que los acompañan. Por ejemplo, la empresa que construyó el museo judío de Varsovia ofrece sus servicios para erigir el que ha de recordar el genocidio en Ruanda y los servicios se profesionalizan en torno a un relato banal y uniformizado, convenientemente envuelto en el papel de regalo del” deber de memoria”. Estos “genotour” pueden ofrecer visitas a memoriales como los de Hiroshima, Camboya, Auschwitz o Sudáfrica, siempre bajo los mismos presupuestos éticos y ejemplificadores: la garantía de “no repetición” y una supuesta y omnipresente promoción de una etérea y poco concreta “cultura de la paz”. El estado de conservación y uso que se da a los espacios de memoria también supone un punto crítico ya que pocas veces se consigue un consenso sobre qué medidas tomar respecto a estos, más aún si las circunstancias fueron dolorosas. En otras, simplemente nos encontramos con una utilización que nada tiene que ver con el recuerdo o están abandonados. En Chile, los lugares de tortura y detención utilizados por la dictadura son numerosos, las demandas de las familias de las víctimas se centraban en la recuperación de estos espacios de memoria por lo que se tomaron algunas medidas para protegerlos, tal y como pedían ciertas asociaciones de derechos humanos pero, no obstante, muchos de ellos han desaparecido, se han transformado y, por tanto, no son conocidos por gran parte de la ciudadanía. Otro ejemplo de abandono y degradación de un espacio de memoria se puede encontrar en el caso de la playa malagueña del Peñón del Cuervo, emplazamiento de la “Desbandá”, en la guerra (in)civil española que fue declarado lugar de memoria histórica en 2013, dada la gravedad del asesinato de civiles fruto de la represión franquista en 1937, pero actualmente su estado es objeto de denuncias y demandas por parte de partidos políticos.
En el caso concreto de Barcelona, la falta de acuerdo sobre la gestión de los lugares de memoria se refleja en el caso de las baterías antiaéreas del barrio del Carmel, en el Turó de la Rovira. Estos restos son uno de los recuerdos más importantes de los bombardeos que la aviación italiana y la Legión Cóndor alemana realizaron sobre Barcelona. Más allá de la consideración de que estos ataques fascistas, junto con los de Gernika o Madrid, fueron en realidad los primeros actos de la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que su trato no es el mismo y aparece una escisión entre la población residente: por un lado, hay quienes respaldan la decisión consistorial de proteger este espacio de botellones y de la degradación existente y, por otro, quienes simplemente lo ven como el inicio hacia la privatización y el enfoque hacia el turismo de este lugar. Pero decíamos de los refugios antiaéreos, de los que se calculan, visitables y no visitables (por posibles desprendimientos, por falta de oxígeno o por acumulación de grandes rocas que se lanzaron por los pozos de ventilación durante el franquismo para taparlos), más de dos mil en la ciudad en la actualidad, la mitad en edificios privados, porque Barcelona continúa desenterrando los secretos de su subsuelo y uno de los elementos históricos subterráneos que suscita un interés creciente son, precisamente, los refugios antiaéreos de los que, para protegerse de los brutales bombardeos aéreos que sufrió la ciudad durante la guerra (in)civil, la población barcelonesa construyó una gran cantidad; desde el primer ataque -que fue naval el 13 de febrero de 1937 causando 18 muertos- hasta el 26 de enero de 1939, la ciudad sufrió 194 bombardeos que provocaron 2.500 víctimas mortales y 7.000 personas heridas. Se construyeron auténticos búnkeres a unos cuantos metros bajo tierra a los que se podía acceder a través de la escalera desde un bloque de pisos o desde la misma calle, además, podían resistir la fuerza destructiva de las bombas y contaban con entradas en zigzag para protegerse de la onda expansiva de la metralla y. revestidas las paredes de yeso con estantes para la colocación de medicamentos e instrumental médico. Resultaron muy efectivos, pues los historiadores constatan que no se conocen víctimas mortales dentro de estas construcciones. Los refugios forman parte de nuestro patrimonio y nuestra memoria colectiva, en un contexto histórico en cuál se construyeron esas estructuras confinadas, creando una ciudad subterránea para huir del horror de los bombardeos fascistas,.se han convertido en símbolos de autoorganización popular, de resistencia y de lucha y por eso también, su conservación y documentación han sido objeto de campañas de reivindicación vecinal. Las condiciones de supervivencia en estos refugios eran paupérrimas: personas heridas, olor y sensación a humedad, un continuo y molesto ruido de las gotas de agua,… totalmente aislados de lo que acontecía en el exterior. En un excelente estado de conservación sobrevive el refugio del Palacio de les Heures, en el barrio de Horta-Guinardó, que incluso mantiene intacta la instalación eléctrica. Es uno de los más históricos porque protegía al presidente de la Generalitat del momento, Lluís Companys, durante los bombardeos de Barcelona. La consistencia del búnker incluye también un pozo de ventilación. Pero hoy todo es turismo, y como dice una web del ramo acerca de uno de los refugios, “No te lo pierdas, porque es todo un privilegio conocer un testigo de un pasado nuestro tan cercano”.
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