Hace unos días, concretamente en la jornada de reflexión, dominado por la modorra de sobremesa incrementada por un calor bochornoso, con el mando a distancia de la tele inanimado en la mano, haciendo un indolente ejercicio de zapping, me dí de bruces, no recuerdo en qué cadena, con los primeros compases de la película clásica (de 1955) Conspiración de silencio ( Bad Day at Black Rock). Me desperté de golpe, me quedé pegado al sillón con la vista fija en la pantalla y la incipiente siesta se fue a hacer gárgaras. A estas alturas no cabe hablar de spoiler, luego diremos que la sinopsis, según guión de Millard Kaufman, adaptación que Don McGuire hace de una historia de Howard Breslin, nos dice que la tranquilidad en el pequeño pueblo de Black Rock se ve interrumpida por la llegada de un forastero: Macreedy. Nadie sabe qué ha venido a hacer al pueblo, pero pronto sus preguntas ponen nervioso a más de uno, y todos parecen querer que se marche, llegando al uso de amenazas y de la intimidación. Efectivamente, los habitantes de Black Rock, no tienen la conciencia demasiado tranquila, y todo parece indicar que ocultan un terrible secreto. Drama social que critica la xenofobia y el racismo mostrados por el pueblo estadounidense contra sus compatriotas de origen nipón tras el ataque a Pearl Harbor. El filme combina elementos clásicos del wéstern con toques de thriller. Está dirigido por John Sturges, uno de los máximos representantes del cine “de pistoleros” de los años 50 y principios de los 60 del siglo XX. Entre su extensa filmografía, destacan clásicos como Duelo de titanes, El último tren de Gun Hill y Los siete magníficos. Suspense e intriga son los dos ingredientes presentes a lo largo de toda la película que, magistralmente dirigida, el director sabe imprimirle un ritmo inquietante. El papel protagonista corre a cargo de Spencer Tracy, que obtuvo merecidamente su quinta nominación al Oscar, ya que su interpretación de este en principio inofensivo forastero lisiado (tiene inutilizado un brazo) es magnifica. Está acompañado, entre otros, por Robert Ryan, Ernest Borgnine, Walter Brennan y un joven Lee Marvin. Es posible que Conspiración de silencio no sea la mejor película de John Sturges pero hay dos razones que hacen de ésta una obra especialmente estimada entre todas las de su filmografía.
En primer lugar, el atractivo planteamiento de partida: un minúsculo poblado del viejo oeste perdido en medio de la nada, estancado en el pasado, al pie de una línea de ferrocarril por la que circulan trenes (imagen del progreso) que nunca se detienen; y de repente, ante la mirada atónita de sus adormecidos habitantes, un veloz tren que hace parada imprevista en la desvencijada estación y del que desciende un hombre ataviado con traje negro y un solo brazo; un forastero con un propósito tan firme como enigmático, que llega para alterar la aparente tranquilidad de una comunidad que muy pronto comprendemos que vive encerrada en sí misma para proteger un secreto que parece inculpar a todos sus habitantes. La segunda razón está contenida en una breve réplica que escuchamos de uno de los habitantes de Black Rock hacia el final de la historia para “justificar” sus acciones: “Estábamos borrachos. Ebrios de patriotismo”, confiesa el joven Pete Wirth (John Ericson) viéndose acorralado por la actitud inquisitiva del enigmático visitante. A estas alturas de la trama, ya conocemos el motivo de la llegada del forastero a Black Rock y el secreto enterrado en las áridas tierras sobre las que se erige el miserable poblado: John J. Macreedy (Spencer Tracy), un veterano de la Segunda Guerra Mundial, acude a Black Rock para entregar la medalla honorífica que recibió a título póstumo uno de sus hombres, muerto en batalla al salvarle la vida, al padre del mismo, un granjero de origen japonés de nombre Komako. Después de visitar los restos incendiados de su granja, el protagonista descubrirá que Komako fue asesinado por los habitantes del pueblo durante una especie de aquelarre nacionalista liderado por el cacique del pueblo, Reno Smith (Robert Ryan), rechazado en la oficina de reclutamiento del ejército, como absurda venganza por el ataque japonés a Pearl Harbor1. Teniendo en cuenta que la película se estrena en 1955, en plena etapa de la funesta Caza de Brujas del temible Joseph McCarthy, adquiere aquí un nada despreciable valor (aun con el habitual trazo grueso de un director poco dado a los matices) como denuncia del nacionalismo exacerbado capaz de activar el odio de una comunidad contra el diferente (una situación que, lastimosamente, no parece haber prosperado demasiado desde entonces y hasta nuestros días).
Otro de los atractivos de la película es mostrar en un único plano el minúsculo pueblo de Black Rock en medio del vasto desierto en el que se encuentra, reforzando su situación de aislamiento, de lugar ubicado en medio de la nada, o reunir a los principales personajes con los que va a interactuar Macreedy en una imagen que enfatiza el estatismo de sus habitantes. Es igualmente interesante la distribución espacial del pequeño poblado, cruzado por la larguísima via de tren que separa la pequeña cárcel en la que tiene su miserable despacho el sheriff de la localidad, Tim Horn (Dean Jagger), del resto de edificaciones: a un lado de la via, la paupérrima y solitaria imagen de la ley y el orden; al otro, el pequeño reino contrrolado po Reno Smith (Robert Ryan), al que ninguno de sus habitantes, salvo el viejo Doc Velie (Walter Brennan), se atreve a enfrentarse. El “resto de personajes”, aparte de Smith, el viejo Velie y el sheriff Tim, se reduce a un puñado de los habitantes de Black Rock: los dos matones de Smith, Coley Trimble (Ernest Borgnine) y Hector David (Lee Marvin), los hermanos Pete (John Ericson) y Liz Wirth (Anne Francis), y el encargado de telégrafos, Mr. Hastings (Russell Collins). Todos ellos, a la vez cómplices y prisioneros del silencio impuesto por Reno Smith. “No quiero involucrarme”, arguye la joven Liz; “trato de no meterme en lo que no me incumbe”, se defiende Doc Velie ante los intentos de Macreedy por descubrir lo que sucedió con el granjero Komako.
La determinación del recién llegado será crucial para acabar desentrañando la verdad. Una determinación que se puede apreciar en cada uno de sus gestos y movimientos, en su actitud impasible ante las amenazas de los habitantes de Black Rock, en su expeditiva reacción para reducir al matón Coley sirviéndose de su único brazo ante la atónita mirada de sus compinches, si bien antes ya hemos visto a Macreedy reaccionar ágilmente para recoger al vuelo una botella que está a punto de estrellarse en el suelo, lo que da credibilidad a la contundencia con que posteriormente repele el ataque de su adversario), o en la ingeniosa estrategia que utilizará durante su enfrentamiento final con Reno Smith.
En este sentido, el trabajo de Spencer Tracy resulta especialmente relevante (teniendo en cuenta que tuvo que contrarrestar el hecho de que su edad era a todas luces bastante mayor que la del personaje que debía encarnar). Su interpretación, de una sobriedad encomiable, es una de las mayores bazas de la película y le supuso el reconocimiento como mejor actor en el Festival de Cannes de 1955. Un buen ejemplo de la habilidad del director lo encontramos en el enigmático arranque del filme. Un enigma que las nerviosas notas de la música de André Previn que acompañan a los títulos de crédito no hacen más que acrecentar, pudiendo ser escuchadas sobre una serie de planos que muestran cómo un tren atraviesa a toda velocidad un paisaje soleado, desértico y rocoso, hasta que finalmente llega a su destino, el pequeño pueblo de Black Rock en el que, según un lugareño explicará al recién llegado Macreedy, ningún tren había parado en cuatro años. Ya desde ese momento sabemos que algo pasa en el pueblo, aunque aún no sepamos qué. Puede decirse que, ya desde un principio y a través del montaje, el director dota de un carácter urgente a unas imágenes que, en estrecha alianza con la música y el título del filme parecen llevar implícita unas connotaciones un tanto negativas. Sin embargo, llegados a este punto y a pesar de que el papel de Macreedy bien podría ser el de un intruso, el realizador todavía no ha mostrado nada que pueda hacernos pensar que, efectivamente, vamos a ser testigos de un “mal día en Black Rock”.
A partir de la premisa del argumento, se consigue exponer cuáles son los mecanismos del odio racial —ampliándolos de hecho al odio hacia el extraño— para terminar desarrollando una compleja reflexión sobre los prejuicios que generan tanto la ausencia de tolerancia como el miedo a la diferencia, y también sobre la tremenda facilidad con la que los principios de la democracia pueden ser violentados para con ello poner en entredicho el concepto mismo de libertad, pues no tan en el fondo el impune asesinato del japonés ha tenido un inesperado efecto secundario: que los habitantes de Black Rock prefieran mantenerse aislados en un lugar de mala muerte antes que recibir la visita de cualquier desconocido. De ahí que Macreedy, que descubrirá que los lugareños viven coaccionados por un auténtico trío de villanos, intentará convencerles de que un cambio de actitud podría hacerles recuperar aquello que ya han perdido: su sentido de la nobleza (o rectitud moral) y, por tanto, de la justicia. El hálito poético de este filme que en general resulta tan seco y árido como el propio desierto también se manifiesta de otra forma tal vez más deliberada: Macreedy intuye que Kamoko ha sido asesinado cuando, al visitar Adoble Flat, una parcela de terreno que Reno alquiló al japonés, descubre que en un determinado trozo de suelo crecen flores silvestres, un detalle que muy probablemente denota que bajo ellas yace enterrado un cuerpo que nadie se ha molestado en identificar. A diferencia de lo que ocurre con el personaje interpretado por Borgnine, cuya mera presencia ya resulta intimidante, la amenaza del de Marvin, siendo tan persistente como la de su compañero, suele transferirse a sus víctimas de manera velada, casi indirecta. Es por esa razón que, mientras que para enfrentarse a Coley a Macreedy no le queda otra opción que afrontar un cara a cara que terminará resolviéndose a su favor tras haberse visto obligado a hacer una contundente demostración, con su único brazo, de un arte marcial↓, para reducir a Hector, un individuo que entraña un peligro diferente, Velie y Pete, el hermano de Liz, deberán tenderle una emboscada. Todavía más interesante es que los personajes que deciden finalmente aliarse con Macreedy propongan a este valerse de la nocturnidad —lo que aquí equivale a clandestinidad— para huir del pueblo. Esto evidencia de nuevo las diferencias entre los villanos. Sin embargo, los habitantes de Black Rock saben que Reno y Hector esperarán a que las condiciones para atacar sean bien diferentes. ‘Conspiración de silencio’ es, en definitiva, una película que, bajo su apariencia de thriller y western, trata con contundencia y sin piedad temas como la xenofobia o el racismo y el potente mensaje que subyace en ella no ha perdido hoy ni un ápice de fuerza . Apenas realiza concesiones, e incluso en su desenlace invita a la comprensión, a dejar los prejuicios a un lado, con la medalla a un japonés muerto en batalla, hijo del que desapareció en Black Rock, y que simboliza lo que el personaje de Brennan sentencia, un punto de partida, hacia algo necesariamente mejor. Un drama en clave de thriller que permite dar un salto en el tiempo y ver hasta qué punto el odio puede generar conflictos. No encontraréis persecuciones trepidantes ni peleas con grandes coreografías, pero sí tensión y altas dosis de intriga manipuladas con auténtica maestría. ¿Qué más se puede pedir?
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1Tras el ataque a Pearl Harbor de 1941 se despertó entre los norteamericanos un profundo rencor hacia la comunidad japonesa que vivía en suelo estadounidense, un odio que llegó a protagonizar episodios violentos en las zonas rurales más aisladas. Los ciudadanos asiáticos que vivían en Estados Unidos no eran enemigos y algunos de ellos incluso habían luchado al lado de otros norteamericanos. Sin embargo, después de la guerra fueron estigmatizados por gran parte de la sociedad como si fueran traidores. En ocasiones no era racismo sino un mecanismo de escape para liberar la rabia que sentían los estadounidenses al haber perdido a sus seres queridos en la guerra.. ‘Conspiración de silencio’ es una magnífica reflexión acerca del ser humano y las consecuencias que tiene el odio en sus semejantes.
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