Muchos grandes compositores, sobre todo en el barroco, han escrito obras partiendo de partituras de otros colegas. Se trata, por supuesto, de piezas muy queridas por ellos, trabajos singulares que esos compositores estudian, revisan, adaptan y a los que dan nueva vida. Johann Sebastian Bach lo hizo un puñado de veces, y algunas de las obras así escritas han alcanzado notable popularidad, como L’estro armónico, de Vivaldi. Una de las más conocidas es este Concierto BWV 974 en Do menor, con acompañamiento de clave (que hoy es piano) que parte del célebre Concierto en re menor para oboe y orquesta de cuerda y bajo contínuo de Alessandro Marcello, una de esas piezas sagradas, perfectas por el equilibrio absoluto que consiguen. Pues bien, Bach lo coge y lo traslada al teclado. Respeta lo escrito por el italiano porque se da cuenta de que es una joya lo que tiene entre manos, pero le da un aire diferente manteniendo la esencia. A la preguntad de qué pieza gusta más, la original o la de Bach, hay división de opiniones: quienes solo conocían la de Marcello y escuchan más tarde la de Bach tienden a inclinarse por la primera mientras quienes conocían sobradamente ambas se dividen más o menos por la mitad (por eso, porque en cuestión de gustos, nada hay escrito, aquí traemos las dos). Bach se acerca a este concierto con un respeto conmovedor: sabe, como con Vivaldi, que está metiendo mano a una joya del barroco veneciano, a una composición perfecta, difícilmente mejorable pero lo que él quiere no es transformarla en algo diferente, imponer su estilo o aprovecharla para experimentar nuevos lenguajes musicales, sino que quiere aprender, quiere analizar los elementos fundamentales de este concierto para interiorizarlos y mejorar como compositor. Contemporáneo de Antonio Vivaldi, el compositor veneciano Alessandro Marcello (1673 - 1747) destacó en vida, más que por su música, por su carrera profesional y actividad social como miembro de la nobleza veneciana. Él y su hermano Benedetto, hijos de un senador, dada su cómoda posición social pudieron entregarse al estudio de las más diversas disciplinas. Terminados sus estudios de leyes, Alessandro incursionó también en la poesía, la filosofía, las matemáticas y la música. Benedetto también era músico y hasta mediados del siglo veinte, gran parte de la obra de ambos era atribuida sólo a él, quizás porque a Alessandro se le ocurrió la mala idea de publicar sus obras con pseudónimo, con el que era conocido en el círculo de arte en que participaba, la célebre Pontificia Accademia degli Arcadi. La obra completa de Alessandro Marcello es reducida, se cuentan poco más de una docena de cantatas, sonatas para violín y conciertos y aunque sus obras se tocan con escasa frecuencia hoy en día, está considerado como un compositor muy competente. De acuerdo con el diccionario Grove Dictionary of Music and Musicians: «Sus conciertos de La cetra son inusuales por sus partes de instrumento de viento solista, junto con un conciso empleo del contrapunto al estilo vivaldiano, elevando su categoría a la más reconocida dentro del concierto clásico veneciano barroco». Su obra más conocida es el Concierto para oboe, cuerdas y bajo continuo que, gracias a la transcripción de JS Bach para teclado, obtuvo una difusión aceptable para la época, si bien generó posteriormente dudas razonables sobre su autoría. Y Bach es Bach: a pesar de todo, no consigue frenar su genialidad y su ímpetu creativo. El resultado de este diálogo entre el joven Bach y Marcello es realmente excepcional por una sola razón: Bach deja su firma, logra expresar todo su talento musical, da voz a su afán por el experimento y la novedad sin alterar en ningún momento el concierto de Marcello; por el contrario, las pequeñas “intervenciones” bachianas – lejos de alterarlo – sobresalen por su belleza y perfección compositiva, llegando incluso a enseñarnos aspectos y momentos que en la forma original para oboe parecen esconderse. Bach no hace nada más. No quiere hacerlo, porque sabe que no es necesario. Las pequeñas intervenciones de Bach son suficientes para dejar su huella inconfundible y, al mismo tiempo, resaltar aún más la belleza original del concierto de Marcello. Son detalles discretos, casi imperceptibles, que nos entregan una faceta nueva y desconocida de Bach: la humilde y discreta de quien deja a un lado su propio ego o sus aspiraciones compositivas para poner al centro la música. La romántica historia de amor que aborda la película de 1970 Anónimo Veneciano, de Enrico Maria Salerno, la acercó finalmente a nuestros días, al incorporar a su banda de sonido el segundo movimiento del concierto, el adagio, asi como esta obra suena también en Elegía, de Isabel Coixet (versión cinematográfica de la novela El animal moribundo, de Philip Roth) en momentos muy relevantes. .
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