Beethoven es el primer músico que consigue el estatus de genio, que su sociedad lo reconoce como un genio, porque aunque antes están Bach y Mozart, que eran geniales, su sociedad no los reconoció como tales. El reconocimiento de Beethoven se produce en Viena, donde un grupo de aristócratas firman con él un contrato en el que le dicen que como eres un genio a partir de ahora te pagaremos una renta vitalicia, para que escribas lo que quieras, como quieras, cuando quieras y si quieres. A Beethoven le toca vivir en un mundo nuevo que no existía antes, que se inicia en 1789 con la toma de la Bastilla, en París. Mozart, que tuvo ocasión de probar la destreza y el genio de un joven Beethoven,, ya advierte de su futuro después de que tocara infinitas variaciones de un tema que le había propuesto el de Salzburgo, porque Beethoven fue también un niño prodigio, algo que muchos no saben: a la edad de doce años, Beethoven era un pianista prometedor y un alumno talentoso en la composición del organista de la corte Christian Gottlob Neefe (1748-1798). A pesar de que se ha escrito mucho sobre el personaje, quedan dos enigmas por descubrir: no se sabe quién era la amada inmortal a la que escribe una carta que nunca envió y que su secretario encontró en un cajón de su escritorio después de su muerte; el otro enigma es el testamento de Heiligenstadt, la carta que Beethoven escribió a sus hermanos Kaspar Anton Karl y Nikolaus Johann en Heiligenstadt el 6 de octubre de 1802, en la que reconoce su sordera, pero deja un espacio en blanco en el nombre de su hermano pequeño, y no se sabe por qué, si es que no sabía su nombre, no sabía cómo se escribía, si estaba enfadado con él.… Beethoven es hijo de su tiempo, y como tal se identifica con Napoleón y los ideales de la Revolución Francesa, y su música habla del mensaje de paz, de igualdad, de fraternidad, temas igual de actuales hoy que en su momento. Sin embargo, cuando Napoleón se corona emperador, Beethoven se siente traicionado y pronuncia una famosa frase: "Ahora es un hombre igual que los otros y utilizara el poder como los demás". Esta decepción llega cuando está componiendo la Tercera Sinfonía, la Heroica, en la que decide convertirse en protagonista de su música, en la que, por primera vez en la historia de la música, el compositor se desnuda y cuenta sus miserias, pues, para Beethoven, que tuvo una educación insuficiente en su infancia, la música es el único lenguaje que encuentra para comunicarse. Incluso en géneros que apenas cultivó, como la ópera, Beethoven muestra su genialidad: intentó escribir ópera muchas veces, pero el teatro de la corte no quiso contratarlo porque tenía fama de incumplir sus acuerdos. No obstante, tenía tantas ganas de pasar a la historia de la ópera que la única que consiguió escribir y estrenar, Fidelio, es sinónimo de perfección —llegó a hacer hasta tres versiones diferentes— y hoy es un título básico del repertorio. Cuando se encontraba en la veintena, un dolor de oído horrible hacía presagiar lo peor. Los médicos le dijeron que perdería la audición. En 1814 se quedó sordo, lo que para cualquier otro compositor habría sido el final de su carrera. Pero no para él. Beethoven no era cualquier compositor y continuó componiendo más obras. Con todo, sí que es cierto que el músico admitió haber tenido pensamientos suicidas por culpa de la sordera, al no podía disfrutar de la música de la misma forma que antes. Pero, como tenía mucha música en la cabeza para escribir, decidió continuar con su tarea.
Uno de los rasgos más característicos de Beethoven, así, fue su conocida sordera, cuya causa no se conoce con certeza. Comenzó como un tinnitus cuando era un veinteañero y con el paso del tiempo fue empeorando, al punto que afectó no solo su trabajo -cuando estrenó la Novena Sinfonía, con su Oda a la Alegría, no pudo oír los aplausos del público- sino que también su vida social -se aisló cada vez más del mundo que lo rodeaba-, por lo que pensó quitarse la vida. Pero no lo hizo y continuó componiendo. Sin embargo, su salud era precaria, con problemas hepáticos toda su vida, y fue declinando hasta que el 26 de marzo de 1827 se produjo su deceso. Tenía 56 años. Según Deutsche Welle (DW), en su lecho de muerte Beethoven habría dicho: "Es una lástima, una lástima, ¡demasiado tarde!". El genio se refería a unas botellas de vino que recién le habían entregado y que no podría beber. Su funeral fue multitudinario y a él asistieron unas 20 mil personas, de acuerdo al medio alemán. "Se cerraron las escuelas (...) Su féretro fue acompañado por los músicos y artistas más importantes de Viena, entre ellos Franz Schubert y el poeta Franz Grillparzer, quienes escribieron un tributo conmovedor que recitó el actor Heinrich Anschütz". La obra de Beethoven es muy amplia e incluye nueve sinfonías, cinco conciertos para piano, uno para violín, 16 cuartetos de cuerdas, 32 sonatas para piano, la ópera "Fidelio", así como la Misa en do mayor op. 86 y la Missa Solemnis op.123. Muchas de sus creaciones han marcado el curso de la cultura popular universal, como por ejemplo los compases de la Novena Sinfonía que usó Stanley Kubrick para curar los impulsos violentos del personaje de Alex DeLarge en la película "La Naranja Mecánica" (el cine utilizó en sucesivas ocasiones fragmentos de sus sinfonías tales como la quinta, la sexta, la séptima y la novena especialmente, al igual que "Serenata a la luz de la luna" y "Para Elisa”). Hablemos de algunas curiosidades de esa Novena Sinfonía y a los 200 años de su estreno recordemos algunos datos relacionados con esa obra de Beethoven que es fuente del Himno Europeo.
Efectivamente, un día como dentro de dos días, 7 de mayo, pero de 1824, hace exactamente doscientos años, Ludwig Van Beethoven estrenaba su célebre Novena Sinfonía en re menor op. 125, una de las obras más emblemáticas no sólo del compositor sino de toda la historia de la música occidental. Además, el 9 de este mes la Unión Europea celebra el “Día de Europa” en recuerdo de la denominada Declaración Schuman, en la que el ministro de exteriores francés dio el primer paso hacia la integración de los Estados europeos. Y, como es sabido, primero en 1972 el Consejo de Europa convirtió el tema de la «Oda a la Alegría», procedente de la Novena Sinfonía de Beethoven, en su himno, y luego, en 1985, fue adoptado por los dirigentes como himno oficial de la Unión Europea en adaptación de Von Karajan. Aquel día, hace 200 años, Viena estaba expectante por la que iba a ser la primera aparición pública de Ludwig van Beethoven en doce años. Se trataba del estreno en el Teatro Imperial de su Sinfonía nº 9. Sin embargo, para ese entonces Beethoven ya estaba completamente sordo, debido a lo cual no pudo oír la interpretación de su monumental obra. No obstante, se cuenta que el compositor estaba sentado en la orquesta y se suponía que dirigía la ejecución. De todas maneras Michael Umlauf, el maestro de capilla y quien de hecho llevaba a cabo la dirección, dijo a sus músicos que no prestaran atención a Beethoven cuando marcara los tiempos. El gran Ludwig siguió el estreno inmerso en la lectura de una copia de la partitura e imaginando en su mente los sonidos. Al finalizar el concierto la gente estalló en aplausos, pero Beethoven no podía escucharlos y continuaba sumergido en los pentagramas. Uno de los solistas lo tocó del brazo para alertarle y entonces Beethoven pudo ver a la multitud aplaudiendo. Se inclinó y saludó al público por última vez. Después de aquella presentación de la que sería su última sinfonía, Beethoven se retiró de la vida pública. El éxito del estreno de la obra fue absoluto, a punto tal que el público ovacionó la obra con repetidas andanadas de aplausos y con sus pañuelos al aire. Sin embargo, cuando los asistentes estallaron en gritos y aplausos por quinta vez, el comisionado de policía se vio en la obligación de exigir silencio. Y es que tres andanadas de aplausos eran la norma para la familia imperial, de modo que no era prudente que Beethoven obtuviera cinco. Pero aunque Viena lo aplaudió con entusiasmo, en otras ciudades donde se presentó después la sinfonía, no tuvo al principio tanto éxito, e incluso algunos directores rehusaron tocarla porque consideraban que Beethoven la había compuesto ya sordo y que eso se hacía notar en la partitura; curiosamente, algunos críticos consideraban que el cuarto movimiento –hoy por hoy el más célebre- opacaba el resto de la sinfonía y la tendencia en el siglo XIX fue a obviar la parte coral y sólo tocar los primeros tres movimientos.
A diferencia del siglo XIX, el siglo XX manifestó mucho aprecio por la obra, a punto tal que fue utilizada por ideologías de lo más diversas e incluso antagónicas: durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la Novena fue la pieza sinfónica más tocada en ambos bandos. Toscanini, opuesto al fascismo y exiliado en Estados Unidos, la incluía regularmente en su repertorio pero también un músico oficial del régimen de Mussolini como Pietro Mascagni solía dirigirla en multitudinarios conciertos. También lo hizo en el París ocupado un joven Herbert von Karajan, que era entonces miembro del partido nazi. Incluso fue la pieza escogida por la radio alemana para anunciar el suicidio de Hitler en 1945. En los juegos olímpicos de 1956 y 1964, por su parte, sonó como himno común para los equipos de las dos repúblicas alemanas. Mención especial merece la interpretación en Berlín bajo la batuta de Leonard Bernstein, pocas semanas después de la caída del muro en 1989; el concierto se llevó a cabo con una orquesta formada por músicos de las dos Alemanias y en la oda final la palabra Freude (“alegría”) fue reemplazada por Freiheit (“libertad”). “Beethoven habría dado su bendición”, declaró entonces el director estadounidense.
Musicalmente, hoy es considerada una de las mayores obras de la música clásica “tradicional”, pero en su momento significó una verdadera ruptura con la tradición ya que por aquel entonces las sinfonías clásicas eran compuestas con una duración que habitualmente no superaba la media hora (aunque el mismo Beethoven ya había compuesto algunas más largas) y seguían una estructura clásica en sus cuatro movimientos: Allegro, Adagio, Scherzo, Allegro. La obra de Beethoven fue un caso extraordinario, pues su duración supera la hora de ejecución y además, si bien en apariencia sigue la estructura tradicional con sus cuatro movimientos, éstos son desarrollados de manera completamente original, logrando una nueva experiencia de la música sinfónica. Sus transformaciones rítmicas son constantes y rompen con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo. Además, en “la Novena” Beethoven –el último de los clásicos y el primero de los románticos– introdujo por primera vez la percusión en una sinfonía, dotándola así de una particular potencia emocional y otra importantísima innovación es desde luego la inclusión del coro y los solistas en el cuarto movimiento. En él, en efecto, introdujo a cuatro solistas y un coro, que interpretan el texto de “An die Freude” (“[Oda] a la Alegría”) del poeta alemán Johann Christoph Friedrich von Schiller. El poema es de 1785, ligeramente anterior a la Revolución Francesa, y apela a la unión y la fraternidad entre todos los hombres: “¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh diosa celestial, en tu santuario! Tus encantos atan los lazos que la rígida costumbre ha separado y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.”. No fue Beethoven, sin embargo, el primero en musicalizar el texto pues ya Franz Schubert en 1815 había puesto música a aquellos versos pero la versión de Beethoven se convirtió en la definitiva sin lugar a dudas. De hecho, el compositor agregó algo de texto propio, que es lo que se oye cuando entra la voz grave del barítono. “¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría! Alegría!”. Después, inmediatamente, comienza el texto de Schiller, que también sufrió algunas modificaciones por exigencias de la métrica. La melodía del Himno a la Alegría es en principio sumamente simple, fácil de cantar y de recordar. En ese sentido, la melodía tiene un rasgo popular y una llamativa sencillez; a la par, el tratamiento que Beethoven hace del leit-motiv es de no poca complejidad, como sucede con la sinfonía en su conjunto. La instrumentación no sólo es monumental, sino que se trata de una partitura muy exigente. La composición de la oda final no fue para Beethoven un proceso sencillo. Se cuenta que realizó más de doscientas reescrituras. Sin embargo, lo esencial de la melodía ya vivía en la mente y el corazón del compositor desde hace mucho tiempo antes y ya lo había utilizado él mismo en algunas obras anteriores y, finalmente, con algunas variaciones en la melodía, retomó el tema en el mundialmente conocido y épico cuarto movimiento de la Novena, su última sinfonía.
Para finalizar, la influencia de esta obra, patrimonio cultural de Europa y de la humanidad entera, con la cual somos llamados a hermanarnos inspirados por la música de uno de los mayores talentos artísticos de todos los tiempos excede el ámbito estrictamente musical: cuando en la década de los años 80 del siglo pasado aparecieron los discos compactos, CDs, más allá de algunas discusiones y varias idas y venidas, se estableció que su duración fuese de 74 minutos. ¿Por qué? Porque de esa manera era posible grabar en un solo disco precisamente la Novena Sinfonía de Beethoven completa, sin necesidad de dividirla en un disco doble e interrumpir su audición.
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