Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Nacido y fallecido tres años antes que Rubén Darío, el mexicano Amado Nervo (Amado Ruiz de Nervo y Ordaz, 1870-1919, "Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modificó, encogiéndolo. Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo, y esto, que parecía seudónimo, así lo creyeron muchos en América, y que en todo caso era raro, me valió, quizá, no poco para mi fortuna literaria") forma con el citado nicaragüense y con el peruano José Santos Chocano el trío de lujo del modernismo en español. Darío, un peldaño por encima, de algún modo apadrinó y bendijo a los otros en sus primeros pasos en la novedosa corriente literaria. Al peruano, en Madrid. A Nervo, en París, ciudad a la que el mexicano había sido enviado por el diario El Imparcial como corresponsal en la Exposición Universal de 1900. Antes, en México, Amado Nervo había seguido estudios eclesiásticos en un seminario y se había iniciado en la poesía con una suerte de espiritualidad mística que no dejó de aparecer en su obra hasta sus últimos versos (los problemas económicos que atenazaron a su familia, un hogar de clase media venido a menos, le forzaron a dejar inconclusos sus estudios eclesiásticos, sin que pueda descartarse por completo la idea de que su decisión fuera también influida por sus propias inclinaciones. En cualquier caso, siguió alentando en su interior una espiritualidad mística, nacida sin duda en estos primeros años y que empapó su producción lírica en una primera etapa; en ella meditó fundamentalmente sobre la existencia humana, sus problemas, sus conflictos y sus misterios, y sobre el eterno dilema de la vida y la muerte). En París conoció a la que sería la mujer de su vida: Ana Cecilia Luisa Dailliez con la que compartió diez años y cuya prematura muerte, en 1912, le sumió en el desaliento y le llevó al borde del suicidio, según confesó él mismo en su libro póstumo La amada inmóvil (que no vio la luz pública hasta después de la muerte del poeta, prueba de que éste consideraba su obra como parte imprescindible de su más dolorosa intimidad). De vuelta a México tras sus años parisinos, fue primero profesor e ingresó después en el servicio diplomático. Su último destino fue Argentina y Uruguay. Murió en Montevideo hace hoy 105 años, cuando ya era celebérrimo como poeta en todo el continente. El presidente uruguayo ordenó que sus restos volvieran a México en un crucero de la armada uruguaya. Otro barco de la argentina lo escoltó y a su paso por aguas de Brasil, Venezuela y Cuba, otros barcos oficiales de esos países se sumaron al cortejo fúnebre naval. Banderas de todos los países de América cubrían el féretro. En México se le hizo un gran homenaje popular y oficial en forma de honras fúnebres. Fue enterrado en la Rotonda de Personas Ilustres del Panteón de Dolores, en la capital mexicana. Hoy ya no es Amado Nervo aquella celebridad panamericana que fue, pero buena parte de su poesía ha aguantado bien el paso del tiempo. El poema que hoy traigo, En paz, es uno de los más conocidos; son versos alejandrinos agrupados de un modo muy eficaz para reforzar el ritmo y la contundencia de la rima, como se ve cuando son leídos o recitados en voz alta, alternándose, y todos ellos internamente monorrimos. Nervo lo incluyó en su poemario Elevación, publicado en 1916, casi al final de su vida. Algún crítico literario ha calificado al mexicano como un poeta «estoico y cristiano-teosófico».
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