Hablar de nacionalismo y música significa hablar del folklore en la música culta porque se refiere al uso de materiales o temas que son reconocibles como nacionales o regionales, por ejemplo, el uso directo de la música folclórica, y el uso de melodías, ritmos y armonías inspirados por este tipo de música; también incluye el uso del folclore como base conceptual, estética e ideológica de obras programáticas u óperas. Sin afán de introducirnos en las implicaciones políticas -tema que sería también por otro lado interesante para debatir-, proponemos buscar las claves que impulsan en un momento dado a los compositores a utilizar el material folklórico, y cómo lo utilizan. Bela Bartok (compositor nacionalista al que recordamos hoy) dijo a propósito de ello: "El uso del material folklórico, como base para la música nacional, no consiste en limitarse a la introducción o imitación de las melodías antiguas, o al uso temático arbitrario de ellas en obras de tendencia extranjera o internacional. Es más bien cuestión de absorber el sentido de la expresión musical escondido en un tema(…)" El predominio de la música italiana, alemana y francesa especialmente durante el romanticismo impulsaba la creación de música similar en otros países, es decir, los compositores imitaban, por así decirlo, la forma de componer italiana, alemana y/o francesa; sin embargo, impulsados quizás por las propias ideas románticas comienzan a buscar dentro de sus propia cultura fuentes musicales para desarrollar. Este fenómeno se dió especialmente en Rusia, Hungría, Escandinavia, Estados Unidos y España, aunque no es menos cierto que podemos encontrar ejemplos de ellos en otros muchos países. Para muchos, Richard Wagner sería el primer nacionalista, pues con Wagner la ópera se canta en alemán sistemáticamente -recordemos de todas formas que Mozart ya había escrito ópera en alemán Die Zauberflöte (La flauta mágica)-. Con todo, quizás debamos centrarnos no en una música que si bien tienen caracteres especiales extiende su influencia más allá de las fronteras de su propio territorio, como los casos de la música alemana, italiana y francesa, y nos dediquemos a las escuelas que surgen como reacción a estas. Una de las más importantes, sino la más, fue la escuela rusa, y parece ser Mihail Glinka el ideólogo de esta nueva vanguardia. Su obra La vida por el Zar marca un nuevo período para la música rusa, no solo por la temática literaria sino por las características que el folklore imprime a la creación musical. El grupo de los Cinco -Borodin, Rimski-Korsakov, Balakirev, Cui y Mussorgski- continúa la línea trazada por Glinka introduciendo elementos en los que distinguimos claramente el acento ruso. Los países centroeuropeos se suman igualmente a esta corriente nacionalista. Destacan Dvorak y Smetana (Moldavia) entre los compositores más influyentes de la época, si bien parece que Smetana tiene un acento folklorista más claro que Dvorak, pero también encontramos un folklorismo menor, distinto, como el de Chopin y sus mazurcas, polonesas, Liszt con sus Rapsodias húngaras....Y mientras el norte despierta a esa mezcla de lo popular y lo culto con la música de Sibelius, autor de Finlandia, y Grieg, que lleva sobre todo al piano las danzas folklóricas noruegas, al tiempo que Hungría aparece en el panorama musical aportando dos grandísimos compositores: Kodaly y Bartok: la mezcolanza húngara, integrada por zíngaros, húngaros propiamente dichos y turcos, hizo que su folklore además de variado fuese rico y muy especial. Kodaly analiza cientos de obras, siguiendo con su trabajo Bela Bartok, que añade a todo ello su sabiduría musical, crea un lenguaje nuevo, distinto incluso al nacionalismo al que hasta entonces se estaba acostumbrado, uniendo en un nuevo lenguaje música popular y música culta. En Inglaterra, por otro lado, destaca la música de Elgar y su personal visión de la raices anglosajonas junto a Delius. Y ya en Estados Unidos, debíamos hablar de la influencia del jazz en la música, lo que confiere a su nacionalismo un carácter peculiar; Gershwin, en este caso, sería uno de los mejores ejemplos junto a Copland. España, Centroamérica y América del Sur también tienen su oportunidad. Falla, Albéniz, Granados o Turina recogen unas veces con mayor intencionalidad y otras con menor el folklore español en su producción. Algo más tarde llega esta corriente a América, aunque no por ello con menor intensidad. Chávez en México será definitivo para abandonar los clásicos lugares comunes y reivindicar un verdadero enriquecimiento de la música culta por la folklórica. Villalobos hará lo propio de forma brillante en Brasil enseñando al mundo sus Bachianas brasileiras, y Ginastera desde Argentina conseguiría mostrar otra manera de entender la música clásica. En España, además, se da un resurgir de la zarzuela, que recobra fuerza dando una nueva seña de identidad a todo un pueblo que si bien daba la espalda a la música clásica, aceptó sin un ápice de duda el género chico de la mano de Bretón, Chapí, Chueca,.…
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