Los recuerdos son eso, recuerdos, y, por definición, no se pueden recuperar aunque con ellos nos domine la nostalgia de un tiempo pasado. Se atribuye al recientemente desaparecido poeta, dramaturgo, novelista, guionista y articulista Antonio Gala Velasco (1930-2023) la frase que dice, más o menos, que “si encontráramos al niño que fuimos, no sólo no lo entenderíamos sino que no nos reconoceríamos en él”. Para pensarla, ¿no?. Las cosas, y nosotros con ellas, y no sólo de la niñez, cambian o incluso desaparecen, y no vale de nada añorarlas para no vivir llenos de amargura por algo que amamos y que se fue. Echemos mano de recuerdos de vivencias que, por razones varias, no volverán: a mediados de los años setenta del siglo pasado, por razones que no vienen al caso, pasé largas temporadas en Figueres (Girona) y alrededores, Vilatenim en particular, acogido como de la familia por los Batlle Comet, de los que guardo una imagen imborrable (eso sí que son recuerdos, de personas). Esas estancias hicieron que me enamorara profundamente de la comarca (otra cosa es que pudiera volver a ella con la asiduidad que me hubiera gustado) y descubriera, entre otros rincones, por ejemplo, Empuriabrava y sus canales, entidad de población del municipio de Castelló d’Empuries, ciudad que hasta bien pasada la Edad Media fue la capital del condado de Empúries (los vestigios de este glorioso pasado quedan reflejados en sus monumentos y, sobre todo en la Basílica gótica de Santa María, más conocida como «La Catedral de l’Empordà«), situada en pleno golfo de Roses, rodeada por el parque natural de los Aiguamolls (Marismas) de l’Empordá, que constituye aún hoy día la marina residencial más importante sde Europa, con unos 24 km de canales navegables. Antes de su edificación, los terrenos formaban parte de los pantanos dominados por los mosquito, sin ningún tipo de protección legal. Los primeros intentos urbanizadores surgen en 1964 y en 1967 comienzan a construirse los primeros canales y viviendas, según el modelo de la marina residencial de alto nivel, inspirada, sobre todo, en otros proyectos similares surgidos en Florida y que a su vez pretendían imitar el ideal romántico de la Venecia clásica… y la Scopas, una discoteca como referente destacado, la mayor de las que había hasta entonces en el Alt Empordà, un edificio innovador que recibía su nombre del célebre escultor y arquitecto clásico griego contemporáneo de Praxiteles y de Fidias (s. IV a.C.) y que se erigió en entrada de Empuriabrava para adaptarse a un modelo de ocio masivo para jóvenes. La situación de Scopas no podía ser más estratégica, en pleno corazón del sector Norte de la Costa Brava, con núcleos de tanta importancia como Figueres, Roses, L'Escala, Castelló d’Empuries, Sant Pere Pescador, inmediatamente cercanos, y otros relativamente cómodos para desplazarse como son: Banyoles, Olot, Girona, Perpinyà, etc. Este moderno complejo se inauguró con la actuación de los Pop-Tops, grupo madrileño de moda, y era el más grande que había en ese momento en el Alt Empordà, con una carcasa de 850 m²., sin ningún tipo de columna, en un solar de 1.800 m2. El atractivo de Scopas pasaba tanto por su diseño como por todos los servicios que ofrecía y por su música: se pinchaban discos importados de Londres, entre flashes y shows de luz, mientras el público no paraba de bailar. Pasaron por Scopas artistas como los Mustangs, Tony Ronald, Georgie Dann, Los Bravos, Marie Laforet o Mecano. Con el tiempo se abrieron otros complejos lúdicos. El sueño terminó en 1992, cuando Scopas cerró sus puertas, aunque para muchos Scopas fue mucho más que una discoteca: para facilitar el desplazamiento, desde Figueres salían autobuses pagados por la misma empresa sábados noche y domingos tarde ; los domingos por la tarde, los autobuses se llenaban de jóvenes de ambos sexos en busca de entretenimiento, diversión y jolgorio. El conductor, al llegar a la parada, descargaba a toda esa multitud de jóvenes alborotados y debía quedar bien descansado cuando cerraba las puertas. Desde 1969 hasta 1992, que la discoteca cerró, fue el espejo de las tendencias del momento. Scopas vivió el ocaso de los Beatles y la eterna juventud (pactada con el diablo) de Rolling Stones; el comienzo del rock sinfónico o progresivo, como le llaman ahora; los grandes dominadores del pop de los 70, como Supertramp, Elton John y un largo etcétera; la explosión musical de los 80, con el tecno de Spandau Ballet, Simple Minds, Culture Club... y también los estatales como Mecano. No nos olvidemos de la movida madrileña y los Nacha Pop, Gabinete Caligari o los Rebeldes. Y naturalmente la música disco, que evolucionó a lo largo de los años, desde Gloria Gaynor hasta Buggles. Con mis amigos buscábamos refugio en Scopas, huyendo en vano de una sentencia inapelable: el reencuentro con las inmediatas y legañosas mañanas del lunes. En los carteles de la discoteca se puede ver la silueta de un antiguo barco de vela con los remos en el agua, pero el logotipo que más se recuerda representa una cara femenina, de la que sólo se puede ver un ojo y la boca. El dibujo fue evolucionando, al principio era más explícito e incluso se podían ver unas flores en el cabello de la chica, lo que hace pensar en la época hippy; en épocas posteriores se esquematiza y va cogiendo un estilo netamente surrealista, nada raro en una comarca marcada por la influencia de Dalí. Los colores que se combinan en el logo son el azul, el rojo y el blanco. Y hasta ahí los recuerdos (aunque podríamos seguir, claro, sobre todo de las personas) a los que no debemos aferrarnos: Scopas por un lado ya no existe; hace más de treinta años que está cerrada pues la oferta excesiva y los cambios de costumbres generacionales provocaron la crisis de estas salas de baile mastodónticas; las noches buscaban nuevas fórmulas para reinventarse, pero fue difícil: Tony Manero, la música funky y las cajas de ritmos se habían convertido ya en un arcaísmo y por otra parte, además, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, que diría Pablo Neruda. Y como eso, todo.
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