El sonido y la música siempre han estado ligados al ser humano y por tanto unidos a las
emociones. Nuestros primeros antepasados empleaban los sonidos y la música como herramienta de supervivencia y de comunicación. Hace más de 30.000 años, el hombre utilizaba flautas de hueso e instrumentos de percusión como medio de comunicación y expresión emocional, por lo que se puede afirmar que todas las sociedades cuentan con su propia música. Sin embargo, desde ese momento hasta la actualidad, el cerebro ha ido evolucionando y durante ese proceso la relación del individuo con la música ha ido estrechándose cada vez más; el estímulo musical es ahora una pieza fundamental en la vida diaria, hasta tal punto que es capaz de alterar el estado emocional así como también crear patrones de comportamiento del ser humano. Además ayuda a liberar tensiones y a evocar recuerdos. A lo largo de la historia y en todas las culturas, la música se ha empleado como vínculo entre los sentidos y el espíritu, dejando huellas indelebles en la vida de las personas, pues es una compañera fiel a lo largo de la existencia. Existe una historia individual, una banda sonora vital y un patrimonio musical personal que pueden repercutir positivamente en nuestro desarrollo, nuestras capacidades cognitivas y nuestro bienestar general. Grandes personajes de la historia como Platón y Aristóteles destacaron a través de sus propias experiencias las propiedades e influencia de la música en las emociones humanas. Una de las razones más simples y cotidianas que justifican la compañía de la música en nuestras vidas, es el hecho de que nos ayuda a expresar nuestras emociones, evocar recuerdos, liberar tensiones o influir en nuestro estado de ánimo. Algunos planteamientos teóricos como también prácticos y psicopedagógicos, han logrado a través de la música resultados sorprendentes, no sólo en estimular la creatividad y fomentar la expresión y el bienestar emocional de las personas, sino en desarrollar las habilidades cognitivas y los valores humanos. En su libro “El origen de las especies”, Charles Darwin defiende que “los sonidos musicales han sentado una de las bases más importantes para el desarrollo del lenguaje, ya que tanto el ritmo como la cadencia de la oratoria poseen rasgos musicales”. Ante la escucha plácida de una obra musical, hay momentos en los que podemos llegar a sentir un placer sublime, una sensación que definimos expresando que “nos pone el vello de punta”, pero ¿qué está ocurriendo en esos instantes en nuestro cerebro? pues que nuestro organismo está respondiendo con multitud de reacciones con una evidente repercusión fisiológica que, entre otros, puede alterar los ritmos cardíaco, respiratorio y electromiográfico; hay pasajes musicales que parece que resuelven pero no lo hacen, añaden crescendos, cambios de tempo, de tonalidad, de ritmo, de intensidad… todo pensado para estimular y retardar el instante o momento cumbre, el final de la resolución tan deseada. Cerebralmente, este “juego” se traduce en un baile de dopamina, con sus repercusiones biológicas, fisiológicas y emotivas. El placer que se obtiene al escuchar música y su influencia en nuestras emociones, tienen claros fundamentos biológicos que nacen en una zona situada por debajo del tálamo. La liberación de dopamina en este nivel, es la que genera respuestas de reforzamiento positivo y de recompensa, tal y como se ha podido evidenciar en los casos de conductas adictivas y de consumo de sustancias psicoactivas.
Una de las razones más simples y cotidianas que justifican la compañía de la música en nuestras vidas, es que nos ayuda a liberar tensiones, emocionarnos, relajarnos y evocar recuerdos. Pero, ¿por qué los sonidos están tan relacionados con las emociones? Gracias a que ambas comparten la misma región del cerebro, las emociones tienen el trabajo de transformar los sonidos que percibe un individuo en algo comprensible y conocido. Esta asociación permite comprender el contexto en el que estamos, para poder reaccionar acorde a lo que vivimos. Por ejemplo, se puede detectar que el ulular de las sirenas es una señal de aviso de que una situación peligrosa está pasando en las inmediaciones. Lo mismo ocurre con la música, ya que es un sonido y utiliza la misma región del cerebro junto con las emociones; la escucha de canciones alegres estimula la producción de los neurotransmisores (dopamina, oxitocina y endorfina), que tienen el rol fundamental de ser los responsables de que exista la transmisión de información entre neuronas y además incrementan la felicidad y optimismo del oyente, que estará más predispuesto a la acción, a ser más creativo, a terminar o arrancar proyectos y principalmente a utilizar con mayor eficacia sus propios recursos. En cambio si se está triste o deprimido, y por eso se elige escuchar canciones que acompañen estas emociones, será muy difícil llevar a cabo cualquier acción. Los cambios fisiológicos son totalmente diferentes a los anteriormente nombrados, porque disminuye la frecuencia cardíaca, el ritmo respiratorio, la presión arterial y la actividad cerebral. La música está relacionada con la capacidad que tienen los individuos de reconocer sus propias emociones así como también las de las personas en su entorno y poder adaptarlas a su contexto. Una de las habilidades que desarrolla la música y que está relacionada con este tipo de inteligencia es la empatía, es decir la capacidad de una persona de ponerse en el lugar del otro e intentar comprender o imitar sus sentimientos, lo que ocurre debido a que el estímulo musical activa las áreas del cerebro donde se encuentran las neuronas espejo, que son las que cumplen el rol de reflejar las intenciones y acciones de los demás individuos como si fueran propias. Es gracias a ellas que el ser humano puede compartir emociones como la alegría y el dolor con su entorno y de esta forma crear lazos sociales afectivos, mucho más fuertes que cualquier otro. Otra función que tiene la música es calmar las emociones y los estados anímicos perturbados, como el temor, en los individuos, lo que sucede gracias al ritmo y armonía constante que generan tranquilidad y calma. Es por esto que a los niños se les cantan canciones de cuna, ya que el sonido estable y constante hace que las pulsaciones disminuyan logrando que el infante se duerma. En la juventud o en la vejez, más cerca o más lejos, la música marca nuestra vida. Se puede observar su influencia en los bebés cuando duermen mejor al oír el arrullo tranquilizador de su madre o en los niños pequeños que se mueven, saltan y bailan cuando escuchan canciones rítmicas. La música proporciona sensaciones placenteras, endulza nuestras vidas. Un potente crescendo orquestal puede conmovernos y emocionarnos, así como la banda sonora de una película puede ser proveedora de una increíble carga emotiva.
Gracias a que la música ayuda a evocar sensaciones, haciendo más fácil las descripciones sensoriales, el cine utiliza a las bandas sonoras como una herramienta principal de muchas películas. El género más conocido que utiliza este elemento son las comedias musicales, que lo emplean como un medio que tiene el personaje para expresar sus emociones. Sin embargo, la música instrumental acompaña a todo tipo de escena, como por ejemplo batallas, escenas románticas, fallecimientos, momentos de tensión, etc. Muchas veces los espectadores no le prestan atención o no se dan cuenta que está, pero desde segundo plano influye en la experiencia cinematográfica. No me sustraigo a la tentación de recordar el experimento de un compositor poniendo música a tiempo real en las películas y es alucinante como juega con nuestras emociones en cuestión de segundos: escoge una escena y toca dos músicas totalmente distintas; de repente la escena pasa de amor romántico a una situación totalmente incomoda. Esto lo consigue utilizando notas disonantes, ya que es un sonido que no suena para nada amable a nuestro cerebro, es más, nos produce angustia, entonces nuestro cerebro codifica la imagen como si fuese algo malo ¿curioso, verdad?. Lo fantástico de la música, no es sólo que nos haga pasar momentos memorables, sino que ayuda a gente a vivir su día a día. La musicoterapia se practica con gente con depresión, estrés post traumático, gente que ha sufrido abusos, para ayudar a expresar sentimientos, potenciar la memoria… Esto es debido a que sin ser conscientes, asociamos los sonidos que apreciamos, por sutiles que puedan ser, con las emociones y esta asociación sonido-emoción hace que entendamos las situaciones en las que estamos, permitiéndonos reaccionar acorde al contexto. Una de las ventajas de la música, es que permite evocar un amplio rango de emociones, resultando ser una excelente herramienta para el estudio de las respuestas generadas. No deja de ser curioso que “algo” que en principio puede parecer tan banal como unas simples notas musicales, pueden ser una herramienta eficaz para modular las emociones e influir en nuestros actos cognitivos y conductuales. Si estamos alegres, nuestro optimismo aumentará, podremos ser más creativos y estaremos más predispuestos a la acción, a llevar a cabo nuestros proyectos y a utilizar más eficazmente nuestros propios recursos. Si por el contrario estamos deprimidos, cualquier acción, por pequeña que sea, será misión imposible. En definitiva, la música constituye una importante herramienta que facilita el equilibrio entre la mente y las emociones.
Como afirma J. Jauset en su libro “Música y cerebro, una pareja saludable: las claves de la neurociencia musical”, la música es una actividad que requiere grandes y múltiples recursos cognitivos, es un poderoso estimulante del diálogo que mantienen los hemisferios cerebrales favoreciendo un equilibrio dinámico entre las capacidades de ambos. Tanto la percepción como la producción musical, movilizan diversas áreas corticales (auditiva, motora) y subcorticales (respuestas emocionales) que implican, de hecho, a la totalidad del encéfalo. Algunos estudios la consideran como una de las actividades más complejas que la mente humana puede llevar a cabo e, incluso, algunos autores indican que de todas las artes, la música es la que es capaz de modificar la consciencia de manera más poderosa. La música es clave para estudiar las capacidades y funcionalidades del cerebro, especialmente las relacionadas con las emociones, algo realmente complejo que moviliza todos nuestros recursos y que está en permanente estado de investigación, además, permite indagar acerca de la organización cerebral, siendo una inestimable oportunidad para estudiar las funciones más desarrolladas del ser humano. El fenómeno musical se refleja en todas sus dimensiones (física, emocional, vivencial y cognitiva) y se corresponde con la unificación e integración de los procesos cerebrales. No sorprende, pues, que la música sea considerada como un poderoso estímulo multisensorial. Los humanos somos una especie social y no podríamos haber sobrevivido a lo largo de la evolución sin cooperar ni comunicarnos entre individuos. Mientras hacemos o escuchamos música, volvemos a vivir esas experiencias y ponemos en marcha esas funciones sociales. Intentamos averiguar qué quiere el otro sin que nos lo diga explícitamente, otro de los motivos que nos permite compartir sentimientos. Sin embargo, no todas las canciones tienen el mismo efecto en todas las personas, porque entran en juego otros elementos que se tienen asociados a una canción en específico. Hay estudios que demuestran que los recuerdos tienen un gran peso en las canciones que elige el individuo, pero también en las distintas emociones que despiertan cada una puesto que cada persona guarda una historia musical personal que relaciona las canciones con los momentos más importantes en los que se escuchó y al escucharlas estos recuerdos se reviven produciendo emociones como la alegría, la tristeza y la nostalgia.
La música nos transforma!!!!
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