“… I per Sant Jordi ell li compra una rosa, embolicada amb paper de plata. I per Sant Jordi ell li compra una rosa, mai no ha oblidat aquesta data...” (“… Y por Sant Jordi él le compra una rosa, envuelta en papel de plata. Y por Sant Jordi él le compra una rosa, nunca ha olvidado esa fecha…”) decía allá por 1981 Joan Manuel Serrat en su canción Els vells amants (Los viejos amantes). Hoy es 23 de abril, festividad de Sant Jordi (San Jorge), una fiesta muy arraigada en Catalunya que con los años ha adquirido un tono reivindicativo de la cultura catalana; por eso muchos balcones de la ciudad se engalanan con la senyera (la bandera de Catalunya), como pasa en otras fechas señaladas en todo el país. Los elementos centrales de la celebración son la cultura y el amor -representados con el libro y la rosa- y en Barcelona el punto de encuentro principal está situado en La Rambla, que se llena a rebosar con puestos de libreros y floristas. Ya en el siglo XV se organizaba en Barcelona una feria de rosas con motivo de Sant Jordi1. Acudían sobre todo novios, prometidos y matrimonios jóvenes, y eso hace pensar que la costumbre de regalar una rosa tiene el origen en esta fiesta, que se celebraba en el Palau de la Generalitat. Tal como conocemos la festividad hoy, los orígenes se remontan a 1926. Un 23 de abril se dice que fallecían Miguel de Cervantes (realmente, el 22 de abril), William Shakespeare (su fecha de fallecimiento, según el actual calendario gregoriano, es el 2 de mayo) y el Inca Garcilaso de la Vega. También en un 23 de abril nacieron – o murieron – otros escritores eminentes como Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Por este motivo, esta fecha tan simbólica para la literatura universal fue la escogida por la Conferencia General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y sus autores, y alentar a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural. La idea original de la celebración del Día del Libro partió de Cataluña, del escritor valenciano Vicente Clavel Andrés, director de la editorial Cervantes, proponiéndola a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona en 1923 y siendo aprobada por el rey Alfonso XIII en 1926 aunque no en abril. El 7 de Octubre de 1926 (otras fuentes apuntan al 7 de octubre de 1927) fue el primer Día del Libro, poco después, en 1930, se instaura definitivamente la fecha del 23 de abril como Día del Libro, donde este día coincide con Sant Jordi o San Jorge, patrón de Alemania, Aragón, Bulgaria, Cataluña, Etiopía, Georgia, Grecia, Inglaterra, Líbano, Lituania, Países Bajos, Portugal, Eslovenia y México. Es tradicional que los enamorados y personas queridas se intercambien una rosa y un libro porque en Catalunya, el día de los enamorados es el 23 de abril, mientras que en los países de tradición castellana y anglosajona lo celebran el 14 de febrero, día de San Valentín. En 1995, el Día del Libro el 23 de abril se convierte en una FIESTA MUNDIAL, propuesto por la Unión Internacional de Editores (UTE), y presentada por el gobierno español a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
«No hay nada como un libro. Un libro es un vínculo entre el pasado y el futuro. Es un puente entre generaciones y entre culturas. Es una fuerza para crear y compartir la sabiduría y el conocimiento» (Mensaje de Irina Bokova, Directora General de la UNESCO, con motivo del Día Mundial del Libro, 23 de abril de 2016).
Precisamente en conmemoración de Miguel de Cervantes (Shakespeare, por ejemplo, no importa para el inglés), seguramente aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, algunos países de habla hispana no sólo celebran el 23 de abril como el Día del Libro, sino que además han proclamado esta fecha como “Día del Idioma” (¿no sería más apropiado “Día de LOS idiomaS”, oficiales o no?), con el objetivo de impulsar el uso de la lengua castellana, una lengua que, paradójicamente, es uno de los idiomas que cuenta con mayor número de hablantes aunque en el fondo como cualquier idioma es producto de un proceso de decantación e intercambio de miles de años empezando en este caso por el latín (obviando las lenguas perromanas), lengua que se hablaba en el Imperio Romano y que se impuso como instrumento de comunicación en los territorios ocupados por ellos. Con el paso del tiempo, el latín y los idiomas vulgares de cada región dieron origen a las llamadas lenguas romances: castellano, francés, italiano, portugués, rumano, catalán, gallego,.... Los árabes, dieron un aporte decisivo a la conformación de nuestro idioma actual; de hecho una gran cantidad de palabras que usamos cotidianamente son de origen árabe: almohada, albañil, almacén, naranja, alcalde, sofá, almanaque, alfombra, alcohol, fonda, tarifa y muchas más; durante el descubrimiento y la conquista de América, las lenguas amerindias hicieron aportes valiosos al idioma castellano: chocolate, butaca, canoa, tomate, cacique, colibrí, aguacate, tiza, papa, entre otras. Aunque todos los idiomas nazcan con fines de comunicación entre personas, no todos tienen el mismo estatuto legal y el caso de España es muy complejo: el territorio español presenta un panorama lingüístico sumamente heterogéneo, lo cual se refleja en la convivencia de una lengua oficial nacional - el castellano, objeto de “impulso” la festividad de hoy - junto con las lenguas minoritarias (y minorizadas): cuatro lenguas jurídicamente reconocidas por la Constitución dentro de las comunidades autónomas individuales bajo el encabezamiento de lengua cooficial. Sin ser exhaustivo, a grandes rasgos: catalán (Cataluña, Islas Baleares, Valencia, Franja de Aragón), vasco o euskera (País Vasco, Navarra), gallego (Galicia) y aranés (Val D'aran en Cataluña); tres lenguas no oficiales pero cuyo uso es legislado por el gobierno regional: asturiano o bable (Principado de Asturias y Cantabria), leonés (León y Zamora) y habla aragonesa (Aragón); finalmente varios dialectos que aunque tienen su propia gramática, ortografía y reglas, no son oficiales: extremeño, castúo y fala (Extremadura), calò (algunas zonas de Andalucia), bereber (Ceuta y Melilla)... El reconocimiento legal del pluralismo lingüístico entra dentro del concepto de “derecho lingüístico”, lo cual a su vez se expresa con la noción de “lengua oficial”, donde con el añadido “oficial” se entenderá una aptitud jurídica que acompaña la lengua para ser vehículo de comunicación normal tanto en ámbitos públicos como privados y en las relaciones entre sujetos públicos y privados, aptitud jurídica cuyo fundamento, si hablamos de leyes, está en la voluntad del constituyente y del legislador estatutario y por consiguiente, la oficialidad no es atributo derivado sólo de la realidad sociológica. Pero eso es política y una lengua no nace (aunque sí puede morir) nunca por motivos ni como instrumento político.
La lingüística ha experimentado dos grandes revoluciones en los últimos 60 años, aparentemente en extremos opuestos; a finales de la década de 1950 Noam Chomsky postuló las propiedades universales del lenguaje. Propuso que hay unos principios gramaticales comunes a todas las lenguas, y que la estructura gramatical de una lengua es conocida «intuitivamente» por sus hablantes nativos. La segunda sacudida fue un súbito interés por las lenguas minoritarias y amenazadas, y se refiere a la variedad de la experiencia lingüística. A los lingüistas de campo como David Harrison les interesan más las idiosincrasias que hacen que cada lengua sea única y las influencias que la cultura puede ejercer sobre la morfología de una lengua. Alrededor del 85 % de las lenguas del mundo no se han documentado y entenderlas enriquecerá sin duda nuestra comprensión de lo que es universal a todas ellas. El lenguaje conforma la experiencia humana, nuestra cognición misma, pues clasifica el mundo con objeto de dar sentido a las circunstancias que nos rodean. Esas clasificaciones, resultantes de describir los fenómenos de nuestro entorno tal como los percibimos, pueden ser amplias o extremadamente sutiles. La actual pérdida de la biodiversidad en la Tierra es más que una buena metáfora de la extinción de las lenguas en el mundo. La desaparición de una lengua nos priva de un conocimiento tan valioso como ese futuro fármaco milagroso que puede perderse cuando se extingue una especie. Las lenguas minoritarias, en mayor medida que las dominantes, ofrecen claves para descifrar los secretos de la naturaleza, porque sus hablantes tienden a vivir cerca de la fauna y la flora que los rodean y su discurso refleja las diferencias que observan. Cuando las comunidades pequeñas abandonan su lengua y adoptan una dominante, se produce una enorme fractura en la transferencia del conocimiento tradicional entre generaciones: acerca de plantas medicinales, cultivo de alimentos, técnicas de riego, sistemas de orientación, calendarios estacionales. Frente a la erosión de una lengua existe una cualidad innata en sus hablantes, algo que no se puede inculcar desde el exterior: el interés por cantar, por leer, por escribir,… Sin embargo, la expansión de la cultura global es imparable2, por lo que acercarse a las tribulaciones de las lenguas minorizadas es simplemente contemplar la fragilidad de la vida. Y cada dos semanas muere en el mundo una lengua. Es probable que a finales de este siglo hayan desaparecido casi la mitad de las cerca de 7.000 lenguas que se hablan hoy en él.
Por todo ello (y por todo lo que se podría ampliar sobre el tema) dejemos que hoy, 23 de abril, siga siendo SÓLO el Día del Libro y la Rosa. ¡Hay tanto por leer y tanto sentimiento por expresar...!
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1La fiesta de Sant Jordi se celebra el 23 de abril, día en el que murió el caballero Jordi. En el culto católico, el santo, que estaba bajo las órdenes del emperador Diocleciano, se negó a seguir la orden de perseguir a los cristianos, por lo que fue martirizado y decapitado; muy pronto lo empezaron a venerar como mártir y enseguida aparecieron historias fantásticas ligadas a su figura. El culto a Sant Jordi se extendió plenamente a todos los Países Catalanes, durante la Edad Media, aunque en el siglo VIII ya existía esta devoción. Y desde el año 1456 es el patrón oficial de Catalunya.
2En un mundo cada vez más globalizado, los jóvenes prefieren aprender idiomas que hable más gente para poder buscar nuevas oportunidades fuera de su territorio. De este modo, si una lengua ya solo la hablan las personas más mayores, tiende a desaparecer. Instituciones como la Unesco tratan de revertir esta situación. Incluso los países legislan para que no ocurra la extinción idiomática, pero una cosa son las buenas intenciones y otra muy distinta la realidad. Si por una cuestión práctica, los padres no hablan la lengua materna con sus hijos, es difícil que esa lengua sobreviva. A todo ello, en la actualidad, hay que sumar un nuevo peligro: la globalización digital. Las lenguas que no se usan en internet corren un alto riesgo de desaparecer. Y no nos referimos a lenguas que se hablan en una tribu recóndita del Amazonas, sino de idiomas como el islandés, el gaélico irlandés o el letón. Por ejemplo, en el caso del islandés, un país que recibe una gran cantidad de turistas cada año, no ayuda que sea un idioma muy complejo, lo que dificulta las traducciones automáticas de los programas informáticos. Además, los asistentes de GPS no entienden el nombre de las calles, las carreteras o los lugares, así que no se desarrollan los programas informáticos para este idioma. Y es que un buen traductor humano nunca podrá ser sustituido por una inteligencia artificial.
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