Hace unas semanas hicimos unas reflexiones, publicadas en dos partes por su complejidad, en las que se ponía negro sobre blanco el duro camino de las creadoras de cómics; a raíz de ello recibimos sugerencias acerca de ampliar las reflexiones a los personajes femeninos, no sólo a las dibujantes. Y hemos de decir ya de entrada que los estereotipos aquí siguen. Un estereotipo de género es una visión generalizada o una idea preconcebida sobre los atributos o las características, o los papeles que poseen o deberían poseer o desempeñar las mujeres y los hombres: es perjudicial cuando limita la capacidad para desarrollar las capacidades personales, seguir sus carreras profesionales y/o tomar decisiones sobre sus vidas. Ya sean abiertamente hostiles (como "las mujeres son irracionales") o aparentemente benignos ("las mujeres son muy cariñosas"), los estereotipos perjudiciales perpetúan las desigualdades. Por ejemplo, la visión tradicional de las mujeres como cuidadoras significa que las responsabilidades de los cuidados suelen recaer exclusivamente en ellas. Los estereotipos de género se refieren a la práctica de atribuir a un individuo (mujer u hombre) atributos, características o roles específicos por la sola razón de su pertenencia al grupo social de mujeres u hombres. Los estereotipos de género son una causa frecuente de discriminación contra las mujeres, es un factor que contribuye a la violación de un amplio abanico de derechos, como el derecho a la salud, a un nivel de vida adecuado, a la educación, al matrimonio y a las relaciones familiares, al trabajo, a la libertad de expresión, a la libertad de movimiento, a la participación y representación políticas, a un recurso efectivo y a no sufrir violencia de género. Al igual que los restantes medios y géneros de la cultura de masas, los cómics han generado unas densas familias de personajes arquetípicos sometidos a representaciones icónicas a partir de rasgos peculiares que se convierten en sus señas permanentes de identidad. Desde el borracho al héroe, pasando por el vagabundo, el sabio, el rico y el arruinado, la galería de estereotipos humanos (todo hombres ¿los cómics son cosa de hombres?) codificado forma una legión transnacional, sólidamente implantada en la industria editorial de los más variados países. Pero junto a esta colección de estereotipos humanos severamente codificados, y que resultan inequívocos para el lector, se catalogan también formas muy estereotipadas para representar vivencias y estados de ánimo (el asombro, el dolor, el terror) u objetos tan comunes como la tarta, el rodillo de amasar o las volutas del fumador. Las historias, incluso, ponían de manifiesto cómo funciona la dominación masculina sobre el cuerpo de las mujeres cuando el personaje de Emma (de los tebeos “femeninos”) comenta que Krusper, quien lidera la persecución a las brujas Hakker, lo hace por venganza ante la negativa de su madre de casarse con él. La tenaz estabilidad de estas representaciones icónicas inequívocas a través del tiempo y más allá de las mutaciones sociales y de las peculiaridades nacionales, constituye toda una lección de antropología cultural en la era massmediática. En estas familias de estereotipos rígidamente codificados y de algún modo herederos de la Commedia dell’arte reside, precisamente, una de las condiciones que han hecho de los cómics un lenguaje universal aunque sea cierto que cada vez son más las autoras que publican cómics, una industria históricamente masculinizada en la que muchas dibujantes de la España de los años 60 y 70 del pasado siglo, como Purita Campos, Trini Tinturé y Carme Barbarà,entre otras, quedaron invisibilizadas por ser mujeres y publicar historietas catalogadas como femeninas.
Por todo ello, se nos antoja que todo indica que no se puede disociar en el fondo la problemática del personaje/mujer de la de la dibujante, ya que, por ser mujeres ambas, las presiones son similares. Ya durante los años setenta, el cómic español empieza a reflejar un cuestionamiento de género como consecuencia del tímido movimiento feminista español que se había hecho visible después de la muerte del dictador Francisco Franco que determina una serie de transformaciones en el personaje femenino hasta entonces relegado a un rol subalterno, pasivo y como objeto sexual. Por eso, el primer paso era echar un vistazo al papel de la mujer dibujante de cómic antes de la eclosión del movimiento feminista, centrándose en el franquismo y en la Transición, estudiando la construcción cultural de sus tópicos para pasar a la obra hecha por las dibujantes españolas que rompen los estereotipos machistas del cómic y abren a una innovación gráfica y de contenido. En España, el cómic se desarrolla en un marco diferenciado del que rige en el reto del mundo: se inserta en el ámbito de las revistas satíricas e infantiles y es habitual referirse al mismo como “tebeo”, nombre que deriva de la revista TBO (1917-1998), una publicación pionera y fundamental en la historia del cómic español. Después de la guerra, durante la dictadura de Franco, se reparó muy pronto en la importancia de los tebeos y del poder que tenían para influenciar en los hábitos y en la reproducción de modelos y roles de género y por eso, fueron revestidos de un papel fundamental para la infancia y el aprendizaje, llevando consigo también un condicionamiento ideológico contenido en los mensajes educativos. Sin embargo, ya antes de la contienda habían aparecido relevantes tebeos infantiles, como los de Elena Fortún que dio vida a muchos personajes femeninos como Celia, en cuyas historias se hacía una crítica velada a la sociedad. A partir de la victoria franquista, el propósito de educar a través de las ilustraciones deriva hacia la creación de un género para chicas y otro para chicos, con el fin de satisfacer la necesidad de una educación dividida y especializada en la constitución de roles que tenían que cumplir hombres y mujeres en su edad adulta: a los chicos se les enseñaba el militarismo y el sentido de la nación y hermandad y a las chicas a ocuparse de la casa, de la belleza y del cuidado de los niños. Se iba formando lo que constituirá el canon femenino del cómic franquista donde la mujer fue enseñada a sufrir y esperar que, con el paso de los años, pudiera llegar a cumplirse el alto designio divino de la maternidad..Bajo el empuje del feminismo, en los años setenta se empezó a denunciar la acción machista inducida por las historietas infantiles tradicionales. Gracias a las revistas feministas, los encuentros feministas y los grupos de autoconciencia, se empieza de hecho a reflexionar por primera vez sobre los condicionamientos culturales determinados por el patriarcado y que, además de ser impuestos por el franquismo, actúan desde la Antigüedad. En 1976 Anna María Moix subrayaba en la revista Vindicación Feminista la vinculación antropológica de esas historietas ahora publicadas con las fábulas y los mitos que tenían “una finalidad educativa en la inducción de normas, conductas y códigos de valores”; la autora afirmaba que en los cuentos conocidos seguía perpetuándose un sistema jerárquico con mecanismos de subordinación y donde el papel de la mujer que contestaba al marido, era el peor de todos.
Muy revelador resulta el artículo publicado en la revista Trocha en 1977 (época de la llamada Transición política y el destape) por Ludolfo Paramio1. El autor se daba cuenta de que el nuevo cómic para adultos, considerado moderno, libre y emancipado, estaba lleno de machismo que actuaba tanto en la mujer, condicionándola en su papel de sujeto dominado y sobreexplotado, como en el hombre, en su papel de explotador y dominador. El autor reconocía que la representación de la sexualidad en el cómic adulto no se alejaba de un canon fetichista y que, aunque había variantes en los personajes, historias, ambientaciones, look y géneros, la relación seguía siendo la de sujeto/objeto que se equiparaba a la de hombre/mujer. Paramio subrayaba también que cuando la nueva mujer fuerte y empoderada gestionaba libremente la relación sexual, aunque fuera ella quien poseyera al hombre, se generaban nuevos tópicos: era frívola, vanidosa, celosa, irracional, con lo que la dominación reviste un carácter jovial, más aún cuando se acentúan los rasgos de indulgencia mutua y de intrascendencia. Y así hasta hoy, con contada excepciones, y para comprobarlo, echemos un vistazo a lo que hoy está de actualidad en el cómic: los superhéroes. Es rigurosamente cierto que los superhéroes son en su mayoría hombres, y que efectivamente no existen películas de cómics en las que una heroína sea la protagonista y pese a que las mujeres han sido protagonistas hace ya mucho tiempo, y no como objetos sexuales sino como líderes que no tienen nada que envidiarle a los clásicos superhéroes, es un deber rescatar el liderazgo femenino de acuerdo a cualidades específicas como la inteligencia, la valentía, el poder, el profesionalismo,...entre otras; la historieta de superhéroes nació intrínsecamente machista, porque eran las historias de estos hombres milagrosos que podían hacerlo todo y la mujer era relegada a ser una pareja, o una víctima rescatada; fiel reflejo de la época en que fueron creadas. Afortunadamente este reflejo es constante y cada cierta cantidad de años la historieta de superhéroes está obligada a renovarse: hoy las mujeres son lectoras importantes (cerca del 40% del total), un público interesado y cautivo, que exige una representación acorde a nuestra nueva sociedad. Ahora son ellas las que si gustan, pueden hacerlo todo.
Más allá del cómic, un vistazo final a la mass-media en su conjunto. El siglo pasado nos dejó personajes femeninos legendarios que pusieron un foco esclarecedor sobre cuestiones como el sexismo institucionalizado o la desigualdad. Wonder Woman, Barbarella o la teniente Ripley son solo algunos ejemplos. En el nuevo milenio se recoge esa herencia para seguir especulando a través de ficciones sobre los derechos y la libertad de las mujeres, de las personas racializadas y el colectivo LGTBI+. Una de las primeras superheroínas de la cultura popular fue Wonder Woman, surgida en formato cómic en 1941; desde entonces, el público ha crecido con ella a través de las viñetas, las series animadas y las películas. A pesar de no estar exenta de polémica -en 2016 la ONU le retiró el cargo de embajadora de la cultura tras varias quejas por su “imagen sexualizada”-, sigue siendo una guerrera inmortal. Cada superheroína refleja las ansias o los miedos de su época. Por ejemplo, Barbarella es como “hija utópica del verano del amor y de la píldora anticonceptiva, soñada por la izquierda de la época”. Casi una década después apareció en escena Leia, la princesa de La guerra de las galaxias, pero la representación de lo femenino sigue estando modelada por las premisas de lo masculino. La teniente Ripley, el personaje de Alien, podría representar una ruptura con los arquetipos femeninos anteriores pues no es ni un florero que grita ni una princesa, sino una trabajadora cualificada en la que se confunden los rasgos del protagonista masculino tradicional que resuelve las situaciones de peligro y que sobrevive al monstruo gracias a su ingenio. Sin embargo, frente a la Ripley de entregas posteriores de la serie, la que protagoniza Alien es un ejemplo perfecto de hasta qué punto las proclamas del feminismo se disolvieron, a medida que Estados Unidos se abocaba al conservadurismo de los años ochenta, en una suerte de pragmatismo individualista por el que la mujer aspiraba tan solo a tener un hueco en el mercado laboral y a ser tan profesional y competitiva como el hombre. Coincidiendo con la Gran Recesión de 2008 se estrena Los juegos del hambre. El personaje que encarna Jennifer Lawrence es un ejemplo elocuente de la figura de la mujer en puertas del feminismo: una joven desclasada, víctima de una crisis política y económica contra la que se revuelve sin demasiada conciencia aún de su potencial como agente social. Entre sus enemigos no se cuenta solo el patriarcado, también representantes de los feminismos de anteriores olas, que en cierto sentido han fracasado al no materializar un futuro mejor para todas las personas; es todo voluntad y todo fuerza, aunque más allá de lo que respecta a sus seres queridos, su actitud roza lo apolítico y hasta el desencanto.
Y así estamos en todo.
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1Periodista, político y sociólogo madrileño, escritor, crítico y traductor, Doctor en Ciencias Físicas, profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, actuó como critico de historietas y de otras manifestaciones de la Cultura Popular en publicaciones de los años setenta y ochenta, y en los diarios Madrid (defenestrado por el régimen franquista por sus incursiones en el terreno de los principios democráticos durante los años de la dictadura) y El País, miembro del Equipo Bang! y del Colectivo de la Historieta. Se despidió de la critica activa tras dirigir en 1990 el seminario Cómic y postmodernidad en el marco de los cursos de Verano de la Universidad Complutense.
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