Cuando
escuchamos el nombre de John Williams la mayoría piensa
inevitablemente en el célebre compositor de bandas sonoras ”alter
ego” musical de Steven Spielberg, pero en esta ocasión nos
referimos al «otro» Williams, homónimo del anterior, al
australiano guitarrista
clásico sin duda uno de los más destacados intérpretes de su
generación, que, por cierto, entre 1957 y 1959 fue discípulo del
maestro de Linares Andrés Segovia quien, al parecer, reconociendo la
depurada técnica de Williams, le calificó como el «Príncipe de la
Guitarra». John Williams, el
guitarrista, es un artista muy
versátil. Intérprete, compositor y arreglista, no ha querido
encasillarse sólo en la música clásica, (memorable
su interpretación de Asturias,
de Isaac Albéniz) sino que su
«curiosidad» le ha conducido a la búsqueda de la experimentación
y a la inmersión en otros estilos musicales; alcanzó la popularidad
en 1979 cuando interpretó el tema Cavatina
para la película El Cazador
(The
deer hunter) de
Michael Cimino. Cavatina
es una pieza de guitarra clásica (originalmente
fue escrita para piano pero por sugerencia, precisamente,
de Williams, el compositor
la reescribió para guitarra)
compuesta por Stanley Myers. La pieza musical fue grabada mucho antes
de la película que le dio fama, primero para la película The
Walking Stick (1970). La
dulzura y la delicadeza de esta pieza es indudable y nos demuestra
una vez más que la figura del compositor es un valor al alza,
particularmente cuando es
capaz, como en este caso, la dureza de la trama:
cinco
amigos trabajan en los altos hornos de Pennsylvania, en un pueblo de
emigrantes lituanos, cuando en 1968 la guerra del Vietnam llega a su
punto más trágico y sangriento. Es entonces cuando tres de ellos se
alistan, perdiendo el contacto, para recuperarlo dos años más tarde
en Vietnam, cuando se produce la invasión del Vietcong. Es allí
donde son capturados y obligados a participar en el sádico juego de
la ruleta rusa (metáfora
de la actitud estadounidense en el conflicto, tratada con realismo y
crudeza, siendo destacable, por supuesto, el último duelo en el que
no se sabe si el premio es la vida o es la muerte),
sirviendo como conejillos de indias para aquellos que no tienen
reparo en apostar por su vida. o su muerte.
Se trata de una película especial. Un hábil guión deliberadamente
descompensado provoca en el espectador un fortísimo sentimiento de
nostalgia y amargura como pocas películas lo han conseguido antes o
después. El contraste entre la paz de las escenas de caza que
dan nombre a la película, la
alegría de la escena de la boda y el espanto de la guerra en la que
se ven metidos los mismos que antes cazaban, cantaban y bailaban,
encoge el espíritu. Uno puede llegar a sentir en su propio ánimo
cómo se les rompe algo por dentro a los personajes de este film. La
escena de la boda se prolonga aparentemente más allá de lo
razonable, pero finalmente cumple su misión en el conjunto de la
película, misión que no es otra que la de conseguir que el
espectador se empape de sentimiento como condición para lograr la
reacción de desolación que produce el conjunto. Al margen de
virtudes técnicas e interpretativas, que las tiene todas, la
película logra depositar un poso de amargura en el alma de quien la
ve que se renueva cada vez que se recuerda este maravilloso título
.La guerra de Vietnam terminó en 1975 y esta película se rodó en
1978, por lo que en su estreno fue una de las primeras que mostraba
la brutalidad del conflicto y las secuelas en los soldados que fueron
a la misma. La película supera las tres horas de duración y salvo
la escena inicial con la
boda que dura casi una hora, el resto mantiene muy bien el interés.
La banda sonora es de Stanley Myers,
con temas rusos y tiene una
especial aparición el tema “Can’t
take my eyes of you” que
popularizase Frankie Vallie de los Four Seasons.
No hay comentarios:
Publicar un comentario