He oído la versión de Todo tiene su fin por Medina Azahara y muchos están convencidos de que es un tema original de los cordobeses; lo cierto es que han rescatado una de las mejores baladas españolas y, de paso, han recordado y reivindicado a uno de los grupos más importantes que ha tenido nuestra música popular, los madrileños Módulos, primer grupo español que eliminó de su nombre artístico el 'los' habitual de sus antecesores, de un estilo que se situaba entre el pop-rock barroco y el rock sinfónico y que acabaron disolviéndose a finales de los años setenta. Todo tiene su fin es una expresión que puede expresar tanto la anhelante espera en la que el tiempo parece detenido como el fatalista avance de las agujas del reloj hacia el momento en que vivencias felices habrán quedado atrás y serán pasado. En este segundo apartado se inscribe Todo tiene su fin, balada imprescindible en la antología de la música pop española, para contraste con el primer apartado, el del lento discurrir de los relojes hacia esa 'hora H'. Que 'todo tiene su fin' lo sabe cualquiera que, por ejemplo, haya hecho la 'mili', o en días como esos de la pandemia y confinamiento, aparcados en el arcén del tiempo, y sobre los que hay que confiar en que más temprano que tarde, cuando los años hayan añadido su inevitable pátina amarillenta, recordaremos con la comprensión relativista de unos días, unas semanas y unos meses como los otros: 24 horas, siete días, doce meses. Todo tiene su fin, en la composición de Módulos, tiene el mensaje contrario: un amor que vive sus últimos momentos porque inexorablemente se va, una ingeniosa balada de calidad artística muy por encima de la media que evoca asimismo la notable creatividad musical que se hacía en aquellos años en España. Todo tiene su fin es, seguramente, una de las tres mejores baladas del pop español de todos los tiempos. Pura caricia sonora. La cosa se inicia con un órgano eclesiástico al que se une un coro plañidero cargado de eco. La voz destila calidad a cada nota y una complicada línea del bajo la subraya. Un breve solo de guitarra distorsionada que se repite dos veces y un continuo sube y baja en la densidad instrumental que consigue una tensión y reclama la continua atención del oyente con un final de nuevo con el órgano catedralicio en plena ebullición acompañado por redoble de platos. La letra es un canto a una ruptura amorosa considerada como liberación de una relación en la que se ha dado mucho más de lo recibido. En ella se señala que, aunque el protagonista sigue queriendo a su amante, el alivio obtenido con la separación compensa el dolor. Hay que escuchar esta canción en su versión original. Nunca serán cuatro minutos perdidos, tras escuchar la canción, volverás a tener esperanza, que la realidad existe, y una luz errante ilumina tu habitación. Rock progresivo, reforzado quizá a través de la versión que grabaron Medina Azahara en los 90, e influenciado en Módulos por Yes, Génesis o King Crimson, como reconocía el propio grupo en entrevistas del momento. En definitiva, una canción de desamor presentido: "Siento que ya llega la hora, / que dentro de un momento te alejarás al fin", un último suspiro: "Quiero que tus ojos me miren / y que siempre recuerdes el amor que te di", la esperanza en el recuerdo nostálgico de futuro: "Pero quisiera que ese día / al recordar comprendas el amor que te di", inquietud ante los días inmediatos de soledad que se avecinan: "Solo me queda la esperanza / que, como el viento al humo, / te aparte ya de aquí", dolor por el amor perdido: "Pudo quererme y no comprendo / por qué no ha sido así" y resignación final: "Todo da igual, / ya nada importa. / Todo tiene su fin".
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