Está visto que no se puede descansar; el fantasma de una nueva crisis vuelve a sacudir la banca mundial; vuelta ya (¿hasta cuándo?) la respiración, echemos la vista atrás, con las opiniones de unos y otros, a un pasado reciente.. Tras la reciente caída del estadounidense Silicon Valley Bank (y también del Signature y del First Republic entre otros, de los que se habla muy poco, unos días depués el pánico se centraba en Credit Suisse. El Banco Central de Suiza (que no forma parte de la Unión Europea ni, por tanto, del Banco Central Europeo) había tenido que salir al paso y defender que la entidad era sólida, además de prometerle liquidez “en caso de necesidad”. La entidad suiza, que había pedido 50.000 millones de euros (y el banco central suizo se los había dado pero gestionó su venta deprisa y corriendo y “a la baja” a su principal rival, UBS -Unión de Bancos Suizos- en una operación bajo la lupa de la fiscalía helvética, y ha mantenido su aval al banco “ante posibles contingencias futuras”), atraviesa graves problemas de viabilidad desde hace años, acumulaba ya cinco trimestres de pérdidas, pero volvió al centro de la diana en un contexto de creciente temor a los efectos sobre el sector financiero de las subidas de tipos de los bancos centrales para combatir la inflación. Primero, la reacción del Departamento del Tesoro, la Reserva Federal y la FDIC -la institución encargada de garantizar los depósitos en Estados Unidos- pareció traer algo de calma a los mercados, pero del otro lado del océano las dificultades del banco suizo reactivaron los temores por la salud de las entidades financieras. Los miedos de los inversores se dispararon al punto de llegar a afectar las cotizaciones de bancos americanos importantes luego de haber estado limitadas a dudas sobre bancos pequeños o “regionales” de los Estados Unidos. La celeridad con que se ha resuelto (?) el problema actual contrasta con la parsimonia con que se actuó en la anterior crisis del 2008, de la que nos quedan las icónicas imágenes de su inicio con los empleados, ahora sin trabajo, de Lehman Brothers (en realidad un banco de inversión, más parecido, para nosotros, a una sociedad de valores, no comercial al uso como los que nos son familiares) sacando en cajas de cartón sus efectos personales de las oficinas de la entidad quebrada. Pero, aunque el fondo sea diferente, sigue habiendo un problema serio, que se repite una y otra vez, en la supervisión de las actividades de la banca. Veamos.
El Silicon Valley Bank (SVB) era un banco entre mediano y pequeño fundado hace 40 años en Santa Clara (California) por dos directivos de Bank of America (según algunas fuentes tuvieron la idea de crearlo durante una partida de póquer). Al cierre del año pasado, era el décimosexto mayor banco comercial de Estados Unidos, además de contar con presencia en Reino Unido, Europa, Asia y Oriente medio. Era una entidad especializada en empresas emergentes tecnológicas y firmas de capital riesgo dedicadas a invertir en compañías innovadoras y de salud. Su caída es una derivada de la fuerte subida de tipos oficiales (del 0-0,25% al 4,5-4,75%) con la que la Reserva Federal está combatiendo la espiral inflacionista en Estados Unidos, si bien la causa principal la constituyen los errores de sus gestores y las lagunas de la normativa y la supervisión bancaria estadounidense. Así, los depósitos que tenían los clientes en el banco se han más que duplicado desde la llegada de la pandemia del coronavirus, que elevó fuertemente los ingresos de las tecnológicas. La entidad dedicó los recursos que obtuvo a comprar deuda pública del Tesoro estadounidense a largo plazo, que ha llegado a suponer más de la mitad de su activo . El problema es que cuando suben los tipos, el interés de la deuda pública también sube pero su precio baja, con lo que el banco se encontró en posesión de unos activos que habían perdido buena parte de su valor respecto al precio que pagó por ellos. El pecado de fondo, en cualquier caso, es que la entidad tenía un negocio demasiado dependiente de un solo tipo de clientes del sector tecnológico y las autoridades no le obligaron a diversificar su modelo y ampliar su liquidez. Sin embargo, se trataba de unas minusvalías latentes, es decir, que mientras no tuviese que vender la deuda pública no sufriría esos números rojos y, de hecho, no los sufriría en absoluto si podía mantenerla hasta su plazo de vencimiento. El problema, según ha publicado 'Bloomberg', es que hace dos semanas la agencia de calificación crediticia Moody's advirtió al banco de que podía rebajar la nota que pone a su deuda bancaria debido a dichas pérdidas latentes y, para tratar de evitarlo, el banco decidió deshacerse de parte de su cartera de títulos del Tesoro, aunque fuera con pérdidas, para ganar liquidez1. Asimismo, anunció que iba a lanzar una ampliación de capital por valor de 2.095 millones de dólares con la que reforzar su solvencia y asumir dichas pérdidas. La intervención del banco por las autoridades estadounidenses ha despertado una ola de temor en las bolsas mundiales ya que pesa en el ánimo de los inversores el fantasma de la anterior Gran Crisis de 2008, en cuyas primeras fases se minusvaloró la dimensión de los problemas; el tamaño del banco y su importancia en el sistema financiero del país, con todo, no es comparable al de las entidades que quebraron entonces, como tampoco lo son las causas que están detrás de su caída ni la situación general del sector bancario. Además, su estructura de negocio y de balance es completamente diferente a la de las entidades españolas, con lo que hoy por hoy resulta difícil pensar que una situación similar podría repetirse en nuestro país. El único pero, eso sí, es que las crisis financieras se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban, porque sus ramificaciones son imprevisibles. Y si no, que se lo digan al PNB Paribas, al Triodos o al Deutsche Bank, por ejemplo. El escenario central, en cualquier caso, no hace probable por ahora un contagio masivo.
Pero el Credit Suisse es otra historia2; salpicada, no sólo, por una supervisión claramente laxa, sino por, además, ciertas acciones, cuando menos, discutibles; fundado en 1856 en la ciudad de Zurich, era el segundo mayor banco suizo tras UBS (que ahora lo ha adquirido), uno de los 20 mayores de Europa y uno de los 50 más grandes del mundo, es decir, una entidad de las llamadas sistémicas, con amplias interconexiones en el sistema financiero global. Se dedicaba sobre todo a la banca privada (gestión de grandes patrimonios), la gestión de inversiones en activos financieros (como fondos de inversión y pensiones), y banca de inversión (asesoramiento y servicios financieros para empresas e instituciones), además de contar con un banco comercial al uso en Suiza. En España tenía activos por valor de 10.062 millones de euros. El banco se ha visto envuelto en multitud de escándalos en los últimos años, en muchos casos con un elevado coste económico. En 2019, se descubrió que el director de operaciones, Pierre-Olivier Bouée, había contratado a un investigador privado para espiar a empleados de alto nivel y fue despedido poco después. (el investigador privado también “se quitó la vida misteriosamente”, informó el banco, al tiempo que anunciaba la destitución de Bouée). En 2021 las autoridades de Estados Unidos y Reino Unido le sancionaron con unos 450 millones de euros por sobornos en Mozambique entre 2013 y 2016; también ese año, tuvo que reconocer unas pérdidas de más de 5.000 millones por la caída del fondo estadounidense Archegos, así como otros más de 1.600 millones por la quiebra del británico Greensill Capital, que le obligaron a recortar el dividendo. Por si fuera poco, registró un caso de espionaje a sus propios directivos en 2019 (que costó el cargo al entonces consejero delegado, Tidjane Thiam), mientras que a principios de 2022 su presidente, el portugués Antonio Horta-Osorio (exprimer ejecutivo de Santander UK y Lloyds), tuvo que dimitir, menos de nueve meses después de llegar al cargo, tras revelarse que se había saltado la cuarentena impuesta por el coronavirus, entre otras cosas para asistir a un partido de tenis en Wimbledon. También el año pasado, se conoció que el banco guardó durante años fortunas de personas acusadas de torturas, tráfico de drogas, blanqueo de capitales, corrupción y otros crímenes graves, por un valor conjunto de unos 100.000 millones de dólares entre 1940 y la década de 2010; uno de los casos criminales en los que Credit Suisse estuvo implicado fue el que implicó el blanqueo de capitales vinculado a una red búlgara de cocaína; este episodio, destapado en junio de 2022, derivó en una multa de 2 millones de francos suizos que el banco debió afrontar. En 2022, asimismo, acordó pagar 467 millones en Estados Unidos por un litigio sobre valores respaldados por hipotecas que se remonta a la crisis de 2008, así como 238 millones en Francia para evitar ser procesado por prospección ilegal de clientes y fraude fiscal. Su presidente, Axel Lehmann, venía descartado de forma tajante que el banco vaya a necesitar un rescate público, pero tras el derrumbe bursátil, la entidad solicitó a las autoridades bancarias suizas que le hagan una muestra pública de apoyo. La entidad presentó el pasado octubre un plan estratégico a tres años para tratar de resolver sus problemas y convencer a los inversores, que incluye entre otras medidas un fuerte recorte de costes y el adelgazamiento y posible venta de su negocio de banca de inversión. La pregunta inocente es: ¿alguien ve en su sano juicio que una entidad con ese historial pueda seguir operando y se le mantenga la autorización, pese al mea culpa entonado por la Reserva Federal en el caso del SVB (¡A buenas horas!) declarando falta de seguimiento ante las decenas (sí, decenas) de avisos no atendidos por el banco?
En el caso del SVB, las acciones de los reguladores estuvieron orientadas a evitar el contagio ya que los depositantes de otros bancos pueden asustarse y retirar también sus fondos. Si ésto es lo suficientemente masivo, bancos sólidos podrían volverse insolventes de la noche a la mañana, y caer en la quiebra también. Para evitar eso, la administración Biden decidió hacerse cargo de devolver los depósitos, incluso si los montos depositados superaban los USD 250.000, que es el límite asegurado por las normas. El rescate a los depositantes pareció ser efectivo y el mensaje fue claro: los depósitos están seguros. Y si están seguros y no es necesario retirarlos, luego los bancos sanos pueden respirar tranquilos de que no se van a transformar en insolventes. La situación de los bancos españoles es, afortunadamente, muy distinta. Para empezar, su negocio está más diversificado, con clientes de distinto tipo (familias, autónomos, pymes, grandes corporaciones de distintos sectores...) y negocios variados (crédito, seguros, gestión de inversiones, banca privada para grandes patrimonios, banca corporativa para empresas...). Además, sus carteras de deuda pública apenas suponen aproximadamente el 13% de sus balances de media y en su mayor parte están a vencimiento; la parte que está a valor de mercado, asimismo, tiene plazos de vencimientos cortos, con lo que las pérdidas que provoca en el patrimonio de las entidades en momentos como el actual son más automáticas y contenidas. Además, los depósitos garantizados -hasta 100.000 euros por entidad y cliente- ascienden a una media de en torno al 66% en España. La normativa europea, asimismo, es más exigente, con lo que los supervisores pueden imponer a los bancos de la zona euro unos requisitos mayores de liquidez. Las entidades, de hecho, tienen liquidez variada y de sobra, con lo que no tendrían que vender deuda para hacer frente a sus obligaciones de reembolso.
Pues, menos mal...
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1Cuando las tasas de interés suben, los precios de los bonos caen (por ejemplo, si un bono que paga USD 100 al vencimiento vale USD 95 en el mercado, ese papel ofrece una tasa menor a la de un título que paga lo mismo al vencimiento pero se compra a USD 90). Así, el aumento de las tasas erosionó el valor de la cartera de bonos del SVB. Una semana antes de la debacle, la cartera arrojaba una rentabilidad media del 1,79%, muy por debajo del rendimiento del Tesoro a 10 años, en torno al 3,9%, según Reuters. Los bonos son enormemente líquidos, al venderlos un banco puede conseguir inmediatamente fondos para afrontar retiros de depósitos. Pero si las pérdidas son grandes por la baja de sus precios, la liquidez que se obtiene puede no ser suficiente.
2Nouriel Roubini, el especialista que predijo en 2006 la crisis financiera subprime que explotó dos años más tarde alertó sobre los riesgos que generan las dificultades del banco suizo sobre la crisis bancaria: “Credit Suisse es la punta del iceberg. El problema es que, según algunos estándares, podría ser demasiado grande para caer, pero también demasiado grande para ser salvado”, había declarado además Roubini a Bloomberg TV, en un contexto donde las acciones del banco en problemas se han desplomado a un mínimo histórico. “La pregunta es si obtienen capital o no”,… o si se vende.
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