Recuerdo que, de niño, iba con cualquier excusa a casa de los vecinos “ricos” Julián y María, en realidad a dar buena cuenta de los tebeos que su hijo Juan traía a casa, la mayoría de ellos, de humor y, significativamente, muchos de la familia o el estilo de Mortadelo, hoy huérfano tras la desaparición de su creador, Francisco Ibáñez. Me sentaba y los devoraba entre risas, más o menos contenidas y disimuladas. No recuerdo cuándo cayó en mis manos la primera aventura de Mortadelo y Filemón, pero sí que su aparición representaba un verdadero acontecimiento en mi rutina infantil, marcada por el tedio de las ecuaciones, los análisis sintácticos y los accidentes geográficos. Especulo que conocí a las criaturas de Ibáñez en Pulgarcito o Tío Vivo, cuando los tebeos acudían semanalmente a los quioscos de prensa, proporcionando una admirable combinación de humor, aventura y pedagogía. He olvidado casi todo lo que aprendí en los manuales de texto de la escuela, pero conservo un recuerdo muy preciso de las peripecias del Capitán Trueno, El Jabato o Rompetechos. Acudiendo hoy parcialmente a la Wikipedia, Francisco Ibáñez Talavera fue un historietista perteneciente a la segunda generación o generación del 57 de la llamada Escuela Bruguera junto a autores como Figueras, Gin, Nadal, Raf, Segura o Martz Schmidt (nombres históricos de la historieta). Creador de multitud de series humorísticas, entre las que destaca Mortadelo y Filemón (de los diferentes nombres propuestos, como Ocarino y Pernales o Lentejo y Fideíno, al final se quedó con Mortadelo y Filemón, según su autor,:”Me preguntaban si me volví loco para encontrar ese nombre, y yo les decía que me pasé semanas, meses, borrando y pintando. Qué va, todo mentira. A última hora es el personaje el que hace al nombre y no el nombre al personaje. En aquella época estaban de moda los títulos de las historietas con una especie de versito: Mortadelo y Filemón, agencia de información; Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio... Recordaban un poco a aquellas cosas que se hacían en la tele, en el llamado celuloide rancio”.), muchas de ellas se perciben en España como un icono esencial de varias generaciones y muchos otros dibujantes de cómic posteriores reconocen su gran influencia. Además de Mortadelo y Filemón, también fue el responsable de series como 13 Rue del Percebe, Rompetechos, El botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio y Chicha, Tato y Clodoveo aunque desde la década de 1990 se centró casi exclusivamente en Mortadelo y Filemón. Hizo sus pinitos como empleado de banca, pero cuando descubrió que se ganaba mejor la vida como dibujante, se lanzó de lleno e, influido por el cómic franco-belga, publicó El sulfato atómico, la primera historieta de sus personales Mortadelo y Filemón (nacidos años antes en las páginas de la revista Pulgarcito) concebida como parodia del mundo de los espías y de larga extensión; el nuevo modelo triunfó tanto a nivel nacional como internacional y Bruguera lo explotó sacando cabeceras como Mortadelo, Super Mortadelo, Mortadelo Gigante o Mortadelo Especial, a veces sin respetar sus derechos laborales y de autor. El recrudecimiento de la censura (sí, también con Ibáñez: en 13, Rue del Percebe había un Dr. Frankestein que se dedicaba a fabricar muertos, hasta que un día se les ocurrió a los de censura decir que eso no lo podría utilizar, que no podía ser porque el autor estaba ahí poniendo un personaje que fabricaba seres vivos y esto tan solo es posible para el “sumo hacedor”) también contribuyó al abandono de los referentes sociales locales. El teórico Jesús Cuadrado, en su libro “Ibáñez, la ñ de Europa” lo resumió así: “La industria, el padre insaciable y saturnal: Su voracidad, engulló al vasallo, acabó con la creatividad de Ibáñez, un gran fabulador, un más que excelente narrador que se bautizó con las mismas sales (o parejas o parecidas, pero siempre ejemplares) que las de algún genio del Benelux”, haciendo mención a la historieta o cómic franco-belga. Por extensión, el término se refiere al conjunto de estilos y contextos editoriales comunes al cómic europeo francófono después de la Segunda Guerra Mundial. El propio Ibáñez se ha caricaturizado numerosas veces en sus historietas, llegando a ser un personaje más e incluso el principal en algunas. Se presenta en estas ocasiones como un individuo engreído que cobra muchos millones por dibujar y también que trabaja mucho, aunque sus propios personajes hacen burla de su capacidad para dibujar bien.
Los personajes de Ibáñez, en el fondo, son el reflejo de una sociedad y una época; si se hicieran hoy, serían diferentes y, en su día, permitieron evadirse de la atmósfera asfixiante del franquismo, que se manifestaba con malos tratos físicos y psíquicos. Desde el primer momento, se sentía una enorme simpatía por Mortadelo y Filemón que, desprovistos de toda cualidad, sus éxitos siempre se debían al azar o a cómicos malentendidos. En sus inicios fueron una versión paródica de Sherlock Holmes y Watson, pero al cabo del tiempo se convirtieron en una caricatura de James Bond. Por eso “descuadran” las declaraciones del propio autor: “Yo cuando saco un personaje no es para hacer crítica social. Para eso ya están los chisteros de los periódicos, que son un montón y la mayoría magníficos. Ellos lo pueden publicar en consonancia con la actualidad, pero yo tardaría meses en meter cualquier político y cuando saliera la gente diría: 'Pero esto qué es, de qué habla este tío, si esto ocurrió ya en la edad de piedra”' confrontadas con estas otras: “Por eso le metimos (a Mortadelo) cosas de absoluta actualidad, para que al coger la revista también pudieras ver lo mismo que aparece por la tele, se lee en los periódicos o se escucha por la radio. Empecé con las Olimpiadas, hace ya la tira de años, y desde entonces vuelvo a ellas cada cuatro años. Luego se añadió también lo del fútbol, el dichoso fútbol. Cada cuatro años hago un extraordinario del Mundial y nadie sabe que en mi vida habré ido a verlo dos veces”. La verdad es que tras el fin del franquismo, Ibáñez empezó a adentrarse en la actualidad, empezando por los Juegos Olímpicos y los Mundiales, a los que eran llamados cada cuatro años los agentes de la TIA Mortadelo y Filemón. Era una forma de salirse levemente de la misma historia y gag. Bárcenas tampoco es el primer corrupto al ser retratado por el mundo de Ibáñez. En 'Corrupción a mogollón' , en 1994, el autor entraba de pleno en el caso Roldán. Su protagonista era Rulfián, director general de la Guardia Viril que huye con los dineros en su alfombra mágica. En 1991 y 1992, Mortadelo y Filemón celebraron el quinto centenario del descubrimiento de América; ningún líder internacional quiso perderse el Quinto Centenario, ni el papa Juan Pablo II, ni Manuel Fraga, ni el presidente catalán Jordi Pujol y todos reivindicaban la nacionalidad de Cristóbal Colón. En “Maastricht... Jesús” y “¡Llegó el euro!", Ibáñez avisaba de los problemas de la Unión Europea y la moneda única. En 'Parque de Atracciones' como Puerto Chifladura (el Port Aventura del universo) como eje central, trató Aznar sin éxito inaugurar una estación de tren. En 2003, la crítica a las infraestructuras del gobierno del PP se hizo aún más palpable cuando Mortadelo y Filemón trataron de parar la proliferación de alta velocidad con 'El UVA (Ultraloca Velocidad Automotora)'.Y el euro trajo también la corrupción urbanística, entre constructoras y equipos de fútbol Ni siquiera el presidente estadounidense Barack Obama se ha quedado sin su dibujo. '¡En la Luna!' llevaba a Mortadelo y Filemón y a Pepe Gotera y Otilio a trabajar en la NASA. Pero su último protagonista es ese tesorero sin nombre que, como el extesorero del PP Luis Bárcenas, tiene el pelo canoso y hacia atrás y un impertérrito dedo corazón bien levantado (otra situación de censura,”en democracia”, en este caso mucho más actual: cuando el Telediario de TVE se negó a cubrir el lanzamiento de El tesorero para no hablar de Bárcenas ni del PP. ¿Estamos dando pasos atrás en lo que a libertad de expresión se refiere?). O sea, que política, sí, a la que añadimos su ¿premonición? del ataque a las Torres Gemelas de New York.
En definitiva, la gran virtud de Ibáñez es que hacía reír y si bien la perspectiva de morir no es agradable, pero como no es posible eludirla, constituiría un consuelo poder elegir el modo de pasar ese trance. Morirse de risa leyendo una historieta de Mortadelo y Filemón parece mucho más atractivo que dejar este mundo por culpa de un accidente cardiovascular o un insidioso cáncer. La risa es quizás lo más saludable que ha inventado el ser humano y uno de los rasgos distintivos de nuestra especie. No está claro si los animales poseen sentido del humor –que son divertidos es innegable–, pero el ingenio, el disparate y el chiste parecen exclusivamente humanos.
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