domingo, 23 de julio de 2023

La(s) Historia(s) que nos cuentan (I)


Una de las cosas que nos definen como humanos es nuestra inclinación hacia las historias
(y, por extensión, hacia la Historia). Nos encantan, tanto explicarlas como escucharlas. La buena noticia es que estamos perfectamente preparados para las historias; la mala noticia es que las historias, incluso las oficiales, son probablemente demasiado simples y sesgadas para un mundo tan complejo como el que nos ha tocado vivir. Vivimos en historias y en ellas encontramos respuestas a nuestras más inquietantes preguntas. Las narrativas han unido tribus, religiones, sociedades,… han aportado solaz y sentido, nos han liberado de la ansiedad que generan algunas preguntas existenciales sobre grandes temas en nuestra corta vida y ahí está el gran problema: nuestra inclinación por una narrativa simple nos ciega a las narrativas más reales, no nos damos cuenta de cuán simple es la historia que nos contamos; la propia historia que creamos le da forma a lo que percibimos, a nuestras conclusiones. El problema es doble pues la historia no suele ser tan clara, limpia o evidente cuando las cosas ocurrían, y solemos utilizar esa misma “habilidad” cuando proyectamos hacia el futuro; lo que es muy arriesgado en tiempos tan cambiantes y complejos, porque no tenemos ni idea de cuál de las muchas posibilidades emergerá. Los líderes (?) que sostienen con pasión sus heroicas batallas del pasado y proyectan versiones simplistas del futuro pueden ser muy seductores… y peligrosos; para escapar de ellos debemos renunciar o dudar de historias simples y volver a las más complejas, llenas de matices y más ajustadas a la realidad y no es que las historias sencillas sean inútiles porque a veces son muy útiles. El problema, la trampa, está en no darnos cuenta de que estamos cayendo en ella. La mayor parte del tiempo no creamos historias a propósito; sino que estas son creadas en el fondo de nuestra consciencia porque tratamos de darle forma a las muchas partes de nuestra vida que no tienen esa forma o que no tienen sentido.


La verdad suele ser la primera sacrificad
a. Cuando la incertidumbre se adueña de nuestras vidas, nos dejamos arrastrar por miedos irracionales y damos por ciertas noticias que carecen de sentido, pero a las que nos aferramos porque nutren nuestras esperanzas o disipan nuestros temores; en esos momentos la sociedad se manipula con mayor facilidad y su voluntad es considerablemente más maleable: una especie de aborregamiento generalizado lleva a aceptar las decisiones de quien ostenta el poder o es el líder de un partido sin apenas cuestionarlas. La versión oficial de uno u otro se convierte en la única versión y quien se atreva a cuestionarla puede enfrentarse a serios problemas. No es algo de este siglo, sino una constante que se repite inexorablemente desde que el hombre formó comunidades; el miedo es un elemento muy poderoso de cohesión: aprovechándolo sin escrúpulos, permite tener bajo control a la masa y dar bastante libertad de actuación al dirigente de turno. La Historia resulta así damnificada; los fundamentos de la historiografía se tambalean cuando el rigor científico es sustituido por los sentimientos o los prejuicios y las adhesiones. Hay hechos cuya existencia está acreditada y aún así son muchos quienes los cuestionan con argumentos estrambóticos y delirantes, que solo se sostienen en teorías demenciales. Se genera tanto “ruido” en las redes sociales, las tertulias o los informativos que es muy difícil discernir entre un buen estudio histórico o una simple fantochada sin fundamento. Ante la avalancha de información que recibe el usuario, este prefiere retirarse y desechar la inmensa mayoría de los datos que le llegan, quedándose lo con aquello que se ajusta a sus intereses y preferencias. Al final, uno se retroalimenta con sus propias creencias y renuncia al espíritu crítico y a la reflexión pues es más cómodo reafirmarse en lo que se cree que cuestionar sus fundamentos


Buscamos historias con un principio, desarrollo y fin, nuestro cerebro se ha desarrollado para buscar este tipo de patrones, y cuando estos no son satisfechos experimentamos en nuestro cuerpo estrés y confusión, lo que está bien si estamos en el cine o en teatro (el autor nos confunde adrede con su narrativa), pero es un problema en la vida real donde pocas veces hay claros inicios o finales de algo. Y los buscamos; buscamos cuándo empiezan y acaban las cosas. ¿Cuándo empecé a darme cuenta de que estaba en un trabajo sin sentido para mí? ¿Cuándo acabé de darme cuenta de que mi matrimonio no funcionaba bien? Buscamos también relaciones claras y simples de causa y efecto. ¿Qué va a ocurrir a continuación? Que los humanos podamos establecer relaciones de causa-efecto fue un gran logro de nuestra inteligencia, un avance sensacional. Pero hoy abusamos de esa habilidad creando relaciones causales demasiado simples y acabamos creyendo en ellas. Proyectamos hacia el futuro basándonos en el pasado y rellenando los huecos. Y este sesgo de crear relaciones causales también afecta al futuro. Cuando miramos atrás y creamos una conexión causal, por ejemplo, entre la contención de la reciente pandemia y el rastreo masivo de casos, entonces ponemos el foco en rastrear casos; si la relación causal la establecemos entre la contención de la pandemia y el cierre de fronteras, entonces vamos por ahí… Si alguien te resulta molesto en una primera reunión, es probable que en siguientes reuniones ya creas que es una persona molesta, y lo mismo pasa en positivo. Y una vez que hacemos una hipótesis sobre una persona, empezamos a seleccionar datos que apoyan y refuerzan esa conclusión (sesgo de confirmación). Lo mismo pasa con una idea. Una vez nos gusta, empezamos a buscar selectivamente evidencias que la apoyen y a obviar aquellas que puedan ir en contra (de nuevo, sesgo de confirmación). No hacemos esto adrede. Simplemente, no percibimos los modos en los que descartamos información que va contra el primer juicio formado. No hay modo de parar la tendencia biológica a buscar historias simples, porque ocurren sin que nos demos cuenta. Creamos esas historias y creemos en ellas. Punto. Proyectarás lo ocurrido en el pasado al presente y hacia el futuro, crearás personajes rotundos con poca información; seleccionarás datos que confirmen tus suposiciones… Te pasará decenas de veces por día. Y pasa porque ha sido muy útil para nuestros antepasados. Lo único que debes hacer es utilizar algunos antídotos para evitar que esas historias simples limiten tu mundo, e impacten negativamente en tus resultados y relaciones. La clave no es evitar crear historias. No puedes evitarlo; ni siquiera evitar que estas sean simples. Es demasiado difícil, cuando no imposible. La clave es darte cuenta de tus historias simples, recordar que son simples, creer menos en ellas, apegarte menos a ellas, y utilizar el hábito de multiplicar las opciones que estás contemplando. La clave está en que en un mundo tan complejo una historia simple tiene una alta probabilidad de estar equivocada, al menos en parte, Y que esa historia te llevará a opciones o elecciones limitadas, pobres o sesgadas. Escapa de esta trampa para contar con más opciones, con más posibilidades y más elecciones en este mundo tan incierto.


Nos apoyaremos en alguna obra, bestseller, todo sea dicho, del historiador australiano residente en el Reino Unido Christopher Clark, catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge: Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 1914 (The Sleepwalkers: How Europe Went to War in 1914), un replanteamiento radical de los orígenes de la Primera Guerra Mundial que ha tenido un gran impacto en cómo vemos el pasado y el presente, y la reunión de muchos de los principales ensayos del autor, que plantea una serie de preguntas sobre cómo pensamos acerca del pasado, y cuáles son el valor y las trampas de la historia como disciplina, editado en castellano en 2022 por Galaxia Gutemberg, Las trampas de la historia. De Nabucodonosor a Donald Trump. La facilidad para asumir determinados postulados históricos en la contemporaneidad es un misterio del inconsciente colectivo de las naciones. 'Sonámbulos' causó conmoción por motivos inesperados al publicarse en Alemania. En su estudio, el autor exculpaba a los cabecillas prusianos de ser los responsables de la Primera Guerra Mundial. El mensaje original cuajó entre la opinión pública de la potencia europea, generándose ira al romper con la narración canónica; ello obviaba los matices, pues las conclusiones del ensayo apuntaban a una culpabilidad colectiva, con el imperio de Guillermo II preparándose durante el intenso julio de 1914, como los demás implicados en la contienda venidera. Antes, Clark retrocede a finales del siglo XVIII con una anécdota repleta de advertencia. Esos años vieron proliferar en Prusia a sectas religiosas, una amenaza para la unidad espiritual del territorio. En Königsberg, Immanuel Kant concedió audiencia al santón Johan Wilhem Ebel, quien quería pedirle consejo tras una epifanía. Una tarde, al lado de un laguito con lirios, la luz del sol deslumbró al buen hombre, revelándose fundador de un nuevo credo donde bastarían el agua y la luz para conferir energía a la Humanidad. El filósofo guardó silencio durante un rato y le replicó con sabias palabras, exhortando a su interlocutor a probar su teoría desde lo práctico. La segunda obra reúne trece ensayos escritos por Christopher Clark en distintos momentos de los últimos años (el más antiguo data de 2012 y el más reciente de hace unos meses), abordando temáticas muy dispersas, aunque entrelazadas por un mismo objetivo1: recapacitar sobre cómo pensamos y concebimos el pasado y las herramientas (no siempre irreprochables) que los historiadores utilizan para comprenderlo. Este designio subyace en casi todos los capítulos, aunque no sea evidente a primera vista, pues la heterogeneidad de los temas abordados puede despistar a algún lector. La obra tiene un preludio y un broche centrados en el ahora. En el primero la pandemia cobra protagonismo a través de una serie de pensamientos de una lógica aplastante; la crisis sanitaria ha afrontado varios riesgos en su crónica, entre ellos algo muy significativo e inédito en experiencias anteriores de la Humanidad: la sobreinformación científica, fantástica sin duda como bálsamo mientras durante los primeros meses los gobernantes adoptaron medidas casi idénticas a las de la Edad Media El libro, pues, es un ejercicio de reflexión muy bien macerada durante la pandemia, cuando el confinamiento permitió al autor ordenar unas serie de ensayos bajo la temática del título que los reúne y funciona cómo una espléndida meditación sobre la importancia de cómo se narra la Historia, con un mensaje clarísimo contra la manipulación de la misma desde la clase política. El historiador australiano intenta exponer la naturaleza del poder político y su íntima relación con la historia apoyándose en distintos ejemplos (varios de ellos centrados en la Alemania de finales del XIX y principios del XX, área en la que es experto). Clark enlaza pasado y presente a través de una estructura modulada donde esparce para empezar el bíblico sueño de Nabucodonosor y la invención de Daniel sobre la estatua con un quinteto de materiales, de barro a oro, para representar los cinco imperios terrestres. Para muchos, el último imperio serían los Estados Unidos de América, si bien esa certeza, aceptable hasta la crisis económica de 2008, podría ser una fórmula repetida hasta la extenuación al no razonarse. En el epígrafe que sirve como cierre del libro, Clark reflexiona sobre la incertidumbre que domina a la sociedad actual y su paralelismo con otros tiempos turbulentos. Dice así el historiador australiano: “No debemos alarmarnos demasiado: en la década de 1520, los reformadores religiosos Martin Lutero y Philipp Melanchthon pensaban que el fin del mundo estaba muy cerca. Cuando comprobaron que el fin del mundo seguía sin llegar, cambiaron de opinión y lo pospusieron. Aquí el problema que me preocupa no es la inminencia de un verdadero fin (que es otra cuestión) sino la muerte de los relatos que nos brindan un futuro y planteaban un medio para actuar de una manera políticamente eficaz. El efecto de la desaparición de ese relato es una angustia acuciante, una incapacidad de trazar un nuevo rumbo después de cada incidente inquietante”. El autor comulga, por cierto, con el discurso de Emmanuel Macron en la Sorbona en septiembre de 2017; esa jornada, el presidente francés quiso recordar a los habitantes del Viejo Mundo que Europa es el único horizonte posible, y mientras no nos dediquemos a construir el edificio incompleto de la UE seguiremos sumergidos por el pasado. El único pero a este sueño, concluye el historiador, es cómo este trazar y ocupar el mañana puede truncarse por un presente con la imprevisibilidad como suprema bandera.

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1Como explica el propio autor, “he escogido los ensayos que forman este libro porque abordan algunos temas que han influido en mi trabajo desde mis tiempos de estudiante de Historia Europea contemporánea: la religión, el poder político y la conciencia del tiempo. La historia de la religión siempre me ha interesado porque las tradiciones religiosas sitúan el quehacer humano en el marco más amplio posible. El poder político relaciona la cultura, la economía y la personalidad con las decisiones que afectan a una gran cantidad de gente. Y el estudio del tiempo, considerado no como el cristalino plasma por el que discurre la historia, sino como algo construido y configurado por las narraciones, religiosas y seculares, siempre me ha interesado, ya que pone de manifiesto una de las maneras más profundas de que disponen quienes ostentan el poder para manipular nuestra conciencia, nuestro sentido de la historia”.

 

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