lunes, 3 de julio de 2023

Viendo los barcos pasar...





Hay un libro, cuya edición en castellano se llama 1001 Discos Que Hay Que Escuchar Antes De Morir, de Robert Dimery, que, de vez en cuando, nos permite recuperar maravillas olvidadas, como la que recordamos hoy. Es curioso esto de oír la música, e interpretarla, en lenguas que no son las propias. Las primeras veces que escuché esta canción, mi inglés era lo que los españoles denominamos nivel medio (que quiere decir que en realidad no tienes ni pajolera idea del idioma) así que me parecía una canción que expresaba a la perfección el dolce far niente de estar en un muelle tranquilamente viendo los barcos pasar, pues ¿quién no se ha sentado alguna vez a mirar las nubes, a palpar las gotas de lluvia, a ver detenidamente el agua caer desde un canalón o un acantilado?: ese sentimiento lo hemos tenido todos. Pero después, cuando ya por fin sí que entiendes algo del idioma, te das cuenta que la belleza de su melodía esconde una triste aceptación de la derrota en la vida, y piensas en lo mucho que nos queda por aprender. Otis Redding, su autor e intérprete, nace en el Estado estadounidense de Georgia y desde pequeño participará en los coros parroquiales y escolares siendo una estrella del góspel local, pero el tendrá claro que su objetivo es ser como su ídolo, el cantante Little Richard. Su calidad se demostrará en los concursos de talentos de la zona en los que a la postre es vetado porque los ganaba siempre. Tras pasar un tiempo con varias bandas se convertirá en uno de los creadores del soul y en 1965 consigue sus primeros éxitos con I've Been Loving You Too Long y Respect, sobre todo cuando esta última es versionada por la estrella en auge Aretha Franklin, su popularidad va en aumento y será el gran triunfador del Festival de Monterrey de 1967 donde su versión de Satisfaction será para muchos (incluso el mismísimo Jagger) mejor que la original de The Rolling Stones. Funda su propia compañía y su fama sube como la espuma. El 8 de diciembre de 1967 aprovecha que habían terminado antes los ensayos y hace una revisión de un tema que le llevaba rondando la mente todo el año, y dos días después muere, junto con su banda, The Bar-Kays, en un accidente de aviación con tan sólo 26 años. A esa edad Redding ya se había erigido en uno de los emblemas del movimiento por los derechos civiles y la lucha por la igualdad de la población negra, a cuyo compromiso, se ha solido adherir el más probable significado de esta canción universal, que denota la preocupación por el futuro, esa sensación de que aún falta algo para encontrar el sentido general de la existencia -si es que eso se puede encontrar-; la canción es (Sittin’ On) The Dock Of The Bay, que es su único (y póstumo) número uno. La letra nos habla de una persona que ha recorrido un largo camino desde Georgia a California buscando mejorar su vida para al final darse cuenta que sólo le espera vivir sobre un muelle con el único placer de ver los barcos ir y venir. Y, musicalmente, termina con los silbidos que la hacen una canción inolvidable (precisamente, lo que iba a sobrar desde el principio era el silbido que tanto se ha querido imitar porque la verdad es que Redding no encontraba un final que le pudiera cuadrar, así que grabó un silbido para recordar la melodía a su vuelta -y nunca volvió-, pero el plan era que desaparecería cuando la letra estuviera hecha), una de las canciones más versionadas de todos los tiempos. La canción de Redding no destaca por su instrumentación, sino por la fuerza de su interpretación y la voz, por el sentimiento colosal que él pone sobre las tablas. Tuvo tal impacto el accidente de la caída de la avioneta en la que iba Redding al Lago Montana que hasta otros coetáneos como Jim Morrison aludió a esta canción y a Otis en el tema Runnin’ blue, del disco The Soft Parade de The Doors.



 

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